Los militantes populares creímos siempre que el fuego debía emerger desde abajo para calentar la olla. A menudo, citábamos esa metáfora alegando que había que crear las bases de sustentación necesarias para empujar al Estado en la dirección que juzgábamos le convenía al pueblo.
No obstante, el kirchnerismo emuló desde el principio la figura del paisano que se abre paso a los ponchazos, cuando todos lo suponían gaucho contra el paredón. Sin convertirse en patrulla perdida pero sin dejar tampoco las convicciones en la puerta de la Casa Rosada, Néstor Kirchner apuró una agenda de gobierno propia, compuesta por la remoción de la Corte Suprema de Justicia, la nulidad de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final y la quita de la deuda externa, e impuso desde el sillón de Rivadavia un ritmo que revitalizó las instituciones, por un lado, y restituyó el protagonismo del pueblo en la política por el otro.
Desde esas cualidades fundacionales se leen también las mejores iniciativas que impulsó luego la actual jefa de Estado, Cristina Fernández. Tanto la recuperación de los fondos de jubilaciones y pensiones, como la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, la Asignación Universal por Hijo, la movilidad jubilatoria y el matrimonio igualitario conforman una constelación de hitos con impacto directo en gruesos sectores de la población y, por ende, alta tasa de acumulación, legitimidad y reconocimiento social.
La recuperación de YPF se inscribe, indefectiblemente, en esa lista, más allá de constituir en sí misma la estocada más fatal contra las corporaciones financieras que heredaron el poder de las potencias colonialistas, vía dictaduras o gobiernos impopulares, y la apuesta más importante desde la estatización de los ferrocarriles dispuesta por el general Juan Domingo Perón. De esta manera, el kirchnerismo termina una vez más a la vanguardia del colectivo social que lo apoya, en una jugada que combina altas dosis de consistencia ideológica y audacia política.
Y si bien el coraje de la Presidenta no exime a las organizaciones populares de avocarse con más compromiso que nunca a la construcción de una fuerza que consolide las transformaciones, hay que empezar a admitir que el Proyecto Nacional es, a todas luces, una revolución inspirada en luchas pretéritas y desarrollada desde la cima del Estado con desembocaduras tan caudalosas como torrentosas en la base de la pirámide social. Al cumplirse 9 años del 27 de abril que dinamitó las expectativas de retorno del nefasto Carlos Menem, es tiempo de reconocer que el modelo instaurado por Kirchner y conducido ahora por CFK baila al ritmo que han marcado conjuntamente Ella y Él.
Hamacándose sobre construcciones territoriales que resistieron la oleada del neoliberalismo salvaje, el ex presidente y su compañera enamoraron a miles de militantes que recuperaron la utopía cuando suponían que la dictadura y el menemato lo habían ensombrecido todo. Y aunque el individualismo había hecho estragos que redundaban en dispersión, se reconquistaron derechos conculcados durante décadas y se avanzó en la reconstrucción de los lazos sociales.
Pero en la Ciudad de Buenos Aires nuestro modelo no terminó de cuajar. En parte, por la permeabilidad de los vecinos al mensaje de los medios de comunicación hegemónicos pero, en gran medida, también porque el encargado de nuestro movimiento en territorio porteño había sido el otrora jefe de Gabinete y hoy lobbista de Repsol, Alberto Fernández.
Su lógica de construcción fue, como la de muchos antes que él, la de anteponer las pymes de la política a la organización de los barrios o los 5 minutos de televisión por encima de los actos masivos en las calles, las pintadas o las peñas populares. Y mientras nos postergaban por ser curtidos, arrabaleros y desafiantes en un distrito de narices respingadas o nos desplazaban de la vidriera por acreditar una liturgia que en las usinas del marketing y las consultoras de imagen consideran perimida, ellos hacían su negocio: diluían el empuje popular de los que nos identificábamos con lo mejor del modelo nacional.
Por olfato nomás, sabíamos entonces y corroboramos ahora que ese esquema sólo beneficiaba a Mauricio Macri, quien resultó reelecto jefe de Gobierno pero no tuvo más inventiva que una policía armada con agentes exonerados de otras fuerzas, espías y represores, la reducción presupuestaria en materia educativa, la persecución a los pobres, el endeudamiento externo y el rechazo de la administración de los subtes. Ante este panorama, es deber de todo militante de La Tendencia dar la batalla cultural para llegar con nuestro mensaje a cada rincón de las comunas y perforar la propaganda macrista con despliegue en las calles, las escuelas, los clubes, las fábricas y las plazas.
Porque ellos escriben sus programas políticos en los despachos de los gerentes de los holding mediáticos y nosotros elaboramos nuestras propuestas fatigando, codo a codo y cuerpo a cuerpo, los barrios. Movidos por el resentimiento de clase, vienen por nosotros y nosotros nos organizamos en defensa propia. Porque ellos quieren conservar los privilegios que nosotros siempre les discutimos. Y porque nosotros luchamos por la justicia social que sus ancestros nos arrebataron.
Para celebrar eso, marchamos al estadio de Vélez Sarfield, en Liniers, con la certeza de que afianzar lo realizado y realizar lo que falta requiere la edificación de una construcción lo suficientemente sólida como para soportar los ataques en ciernes del imperio, sus voceros y sus testaferros locales. Y es con ese propósito que nuestra divisa tiene que ser la generosidad de sumar a todos los que compartan nuestros objetivos de liberación nacional, porque a la izquierda del kirchnerismo sólo quedan la pared y la insignificancia y a la derecha se reúnen los enemigos de la patria y los tilingos que presumen de impolutos.
Ya decía un filósofo del fútbol que para ser profundo, hay que ser ancho. Si los militantes no se abrazan a la solidaridad y reducen su mirada al sello chiquito que los nuclea o si las organizaciones territoriales no priorizan la búsqueda de una confluencia colectiva, los elementos de la reacción ganarán tiempo y podrán reagruparse antes que el Proyecto Nacional termine la obra emancipadora del bicentenario de las revoluciones en nuestro continente.
Sin robustecimiento del movimiento, no hay fortalecimiento. Y sin fortalecimiento, la profundización corre el riesgo de fisurar la mejor herramienta política que tuviera el pueblo en los últimos 60 años: la compañera CFK.
Vamos por lo que conseguimos. Vamos por lo que falta. Vamos por todo.