El tablero del descontrol

El tablero del descontrol

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El gobierno de Mauricio Macri en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires trajo algunas novedades que antes no se habían practicado en la administración comunal. Si bien obviamente las iniciativas tienen como objetivo la optimización de la performance de los funcionarios porteños que se encuentran al frente de los diferentes ministerios, muchas veces carecen del mínimo sentido común para enderezar la problemática de la gestión. Si hay algo que engloba perfectamente esta actitud y se destaca por su inflexibilidad e inexactitud es el ya famoso “tablero de control” con el cual el jefe de Gabinete, Horacio Rodríguez Larreta, pretende ordenar el funcionamiento del oficialismo y de paso ir monitoreando las obras y diferentes acciones que se van realizando en la Ciudad desde las distintas áreas. Esto conlleva una íntima relación con la distribución de las partidas hacia las carteras, cuestión que, más allá del tablero, desde Jefatura de Gabinete se realiza de manera absolutamente discrecional; hay que reconocer que no siempre por orden de Larreta. Hay otros monjes negros en las cercanías de Mauricio.

El tablero de control no es una mala herramienta en sí misma, sino que es uno de las típicas adaptaciones imposibles del ámbito privado al estatal. Consiste en llevar las distintas problemáticas de cada área hacia un plasma de 60 pulgadas, en el cual el seguimiento de las mismas enciende, de acuerdo al cumplimiento o no de las metas, una luz verde si está todo bien o una roja si el tema está en falta. Obviamente el amarillo es un intermedio arbitrario que define el “tribunal”.

La mala situación financiera de la Ciudad, que necesita de la urgente aprobación del aumento de la alícuota de los ingresos brutos para hacer frente prioritariamente a erogaciones salariales, recrudece aún más las penurias económicas por la que hoy atraviesan la mayoría de los ministros del Poder Ejecutivo. La superposición de las dependencias que realizan tareas similares no parece ser detectada por el tablero. Tampoco la “picardía” de algunos funcionarios que no siempre aciertan con la verdad a las preguntas que realizan dos hermosísimas e implacables hermanas italianas, una rubia y otra morocha, auditoras que acompañan a Horacio en los interrogatorios semanales.

Está claro que la gestión se ordena con políticas activas y vigorosas, más allá de los tableros. En las propias narices del luminoso y brillante invento municipal de Rodríguez Larreta, los propietarios del negocio de venta de chucherías importadas que se encuentra en Florida y Rivadavia, frente a una de las hamburgueserías de renombre, se “disfrazaron” de manteros y sacaron a la calle las mismas cosas, obviamente mucho más baratas. Sirva como ejemplo. Hay cientos.

De más está decir cómo inciden en el enigmático tablero los alineamientos políticos de cada uno. Es que las internas no tienen fin entre los PRO, son una marca registrada y vienen carcomiendo cada vez más la gestión. Es claramente el peor momento de la relación entre Mauricio Macri y Francisco de Narváez; también entre Macri y sus consejeros VIP con los funcionarios de trinchera, clásico entre Rodríguez Larreta y Gabriela Michetti (increíblemente entre el Ejecutivo y el Legislativo), aunque también entre los diferentes subgrupos PRO dentro del cuerpo legislativo. Amén de los que ya se fueron o se están yendo en breve, y todo esto con los Kirchner, la Justicia y la Policía Federal zapateándoles encima y sin darles respiro. Hasta el propio jefe de Gobierno está procesado, lo que deja al oficialismo en un panorama altamente complejo.

Es como si el caos y el pánico se hubieran apoderado de la administración porteña. La falta de política es demoledora para un espacio gobernante, y el desorden operativo no logra anticipar ninguno de los problemas. No le echemos la culpa al tablero de control: de poco o nada sirve cuando la mano viene fulera.

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