El resultado del 28-J puede tener una interpretación simplista
–aunque no sea totalmente incorrecta– en la cual el triunfo/derrota de Gabriela Michetti no alcanzó el umbral necesario de votos debido a la escasa virulencia con que actuó el PRO frente al Gobierno nacional. La correcta inclinación de las críticas hacia Balcarce 50 de Pino Solanas, mucho más en sintonía con la preferencia porteña, fue un factor que dejó desacomodado el tablero imaginado desde
todas las facciones del oficialismo porteño. Queda claro además que muchos de ellos no pusieron todo el esfuerzo
necesario para ganar sin problemas este distrito, y eso hoy lo pagan de distinta manera, en lo que es visualizado por propios y extraños como el peor momento de la gestión.
Una de las más graves consecuencias que tuvo ese fatídico 31 por ciento es que Mauricio Macri ya no es visto por sus pares gobernadores o desde el poder central como el cuadillo imbatible de la Capital. Se suponía, luego del triunfo de 2007, que iba a tener una estabilidad de dos períodos. No se pretende con esto afirmar que no vaya a lograr la reelección, pero transitará mientras tanto –por no haber alcanzado la autoridad que da el 40 por ciento de los votos– con una imagen de debilidad tanto en su carrera local como en su aventura presidencial, hoy bastante lejana de concretarse.
La firmeza en el timón de la Ciudad está bajo un severo signo de interrogación, sobre todo cuando se piensa de qué manera intentará neutralizar el Ejecutivo la Legislatura que viene.
Macri parece no haber advertido la situación, sigue confiando en un equipo que tiene un desgaste importante y que no posee el oxígeno ni la frescura que debería tener un gabinete convincente, que genere esperanza. Las áreas de Salud y Educación no lograron nunca encontrar el rumbo, mientras que Chain, Piccardo y Montenegro han tenido, en sus funciones, claroscuros que los acercan cada vez más al
descanso reparador de un recambio que a la continuidad de la gestión.
El problema de Macri hoy es su soledad. Y que, en su frialdad, aún no siente la angustia de lo perdido. Mientras los peronistas dirimen sus problemas –enormes y sin candidatos–, los radicales tienen a Cobos y, por supuesto, les alcanza y les sobra. Francisco de Narváez definirá a último momento qué es lo que más le conviene, mientras Daniel Scioli es bombardeado por el ex presidente Néstor Kirchner, que le dinamitó la ruta de escape de los intendentes (que luego reconstruyó para escapar él). El futuro del ex motonauta
–¿habrá resistencia heroica?– es por lo menos incierto y lo peor del caso es que no depende de él, ya que la deuda provincial es inmanejable sin Kirchner. Y Macri sigue solo.
Cuando no hay un caudillo nítido en un distrito, suelen aparecer gérmenes de caudillitos. Eso está sucediendo hoy a partir de la inacción política del oficialismo. Por ejemplo, Jorge Telerman. Y si los recambios, cuando lleguen, mantienen la misma línea de lo que ya está, la situación será más que difícil. Si quiere invertir la curva, Macri debe ampliar la base social, desde lo partidario hasta incorporar figuras intachables y de prestigio, con una nueva impronta política, esa que va a necesitar sí o sí luego del 10 de diciembre.