En la última reunión de la Legislatura, se votó – con el auspicio dado al PRO desde inesperados bloques opositores- la permisión de ventas de casas y terrenos pertenecientes al patrimonio de la Ciudad, con la excusa de utilizar el dinero devengado en beneficio de la recuperación (más que necesaria) del Teatro San Martín.
Nuestro criterio fue el rechazo a utilizar la figura de semejante joya del teatro universal como justificación para deshacerse – una vez más – de bienes de la reina del Plata, que molestan porque nunca fueron pensados para construir, (escuelas, por ejemplo, o viviendas simples tan necesarias), sino para saquear llegado el caso.
La necesidad de echar mano a semejante cantidad de recursos nos hace preguntarnos qué se hizo – a propósito de la obligada manutención que año tras año se le debe a un teatro de esa categorización técnica- durante la administración anterior, es decir, la misma que hoy pregona sus falencias, para tener que agregar tamaño capital a su normal funcionamiento. En distintas oportunidades hemos oído decir que los teatros son “mamotretos”, que no sirven para mucho, y que casi nunca dan rentabilidad que merezca su sostenimiento. Cosa similar argumentan quienes equiparan gasto con inversión. En casos referidos a la cultura, nos seguimos asombrando de conceptos que no se modifican.
La situación vivida en la sesión pasada nos retrotrae a los tiempos en que, por motivos ignorados, la Ciudad de Buenos Aires asistía impávida a la quema de teatros con historia y duendes que continúan aún hoy en nuestra memoria. En aquel momento aprendimos a tomar distancia en relación a hechos que nos parecía absurdo conectar entre sí. No nos dimos cuenta de que esos hechos fueron el primer metamensaje de lo que tiempo después nos espantaría: lo que no nos gusta, se quema, para dar ejemplos de lo que no se debe.
Pensemos: el teatro dimensiona aquello que puede alertar al ciudadano medio desprevenido. Sobre todo, a aquel no demasiado acostumbrado a leer. Por eso, al espacio teatral se lo define habitualmente como templo del pensamiento. El San Martín forma parte de ese concepto. Si, como ocurrió en la sesión legislativa, pregonamos que cuesta en demasía su sostenimiento, en cualquier momento lo van a privatizar, cumpliendo con la profecía de “incendiar” un bien común que nos provoca demasiado gasto. Allí, gente desprevenida y desinteresada en esas lides dio comienzo, quizás sin propender a ello, a un nuevo endeudamiento. Esta vez, para con la sociedad. Mejor dicho, para esa parte acotada de nuestra sociedad que nos expresamos desde parámetros “raros”. Esos que tratan de anticipar ante cada reflexión la convicción de éticas culturales que no nos permiten callar sobre esta temática.
* Legisladora por el Frente Progresista y Popular