La esencia de la democracia es la división de poderes y el respeto a las leyes y las instituciones. Desde esa lógica,
es normal que cuando uno de los poderes avanza de manera reiterada y, a veces, inconsistente sobre otro, se produzcan situaciones en la que salen perdidos tanto los beneficiados por las normas sancionadas como todos los que debemos regirnos por las decisiones de nuestros representantes; porque de los acuerdos allí logrados se supone que se compone el acuerdo social para la convivencia y el desarrollo.
La cuestión de la cantidad de vetos del Jefe de Gobierno, Mauricio Macri, debilita de alguna manera el espíritu democrático de su gobierno, sobre todo porque el Pro es una primera minoría cómoda en la Legislatura, que no necesita recurrir a esta metodología. Salvo que de alguna manera haya diferencias sustanciales entre lo que piensan los legisladores de la fuerza amarilla y los mandamases del
Ejecutivo, empezando por el ingeniero Macri.
Desde la oposición opinan que revisando los temas vetados uno conoce fielmente qué tipo de adversario tiene y es en esos hechos donde se plasma la ideología del oficialismo porteño. Concluyen en que es imposible justificarlo con un presupuesto que ronda los 33 mil millones de pesos.
Sin tener en cuenta las discusiones en las comisiones para lograr los despachos vetados, que casi en un 95 por ciento salieron con el apoyo del bloque Pro. Y, por supuesto, con el visto bueno de la Comisión de Presupuesto y Hacienda. El veto del Jefe de Gobierno resulta artero ante la institucionalidad y deja desautorizados a propios y extraños.
Trabajo, derechos humanos, defensa del consumidor, vivienda
y salud es el quinteto de temas que encabeza el ranking de firmas con que Macri impidió, con distintos motivos y argumentos, que el pueblo se exprese libremente a través de sus legisladores. Junto a educación y desarrollo social, que también tuvieron lo suyo, son todos rubros muy sensibles en el tejido social y también, por qué no decirlo, perfectamente afines desde lo ideológico.
El registro de ex presos políticos, los detenidos del Plan Conintes, el comité en contra de la tortura, la creación de un fondo para la localización de niños nacidos en cautiverio o la de una oficina contra la trata marcan de alguna manera el sesgo de los vetos del Pro. Se podría hablar asimismo de la desafectación de predios destinados a viviendas sociales, el veto a prorrogar la emergencia habitacional por tres años, las modificaciones a la ley de becas en Educación, la creación de un registro de veteranos combatientes de Malvinas o la reciente pensión a los músicos mayores de 65 años. También la creación de un laboratorio estatal de medicamentos o la venta de remedios únicamente en las farmacias. Son todas medidas cortadas con la misma tijera y desde el mismo puño. Parecería que este gobierno veta únicamente por ideología o por lobby de terceros poderosos y no desde la política que desarrolla.
Está claro que no importa a qué costo político, ni tampoco el ahorro que generará en las arcas, ya que algunas sumas son tan ridículas para el presupuesto del que dispone la Ciudad Autónoma que se hace difícil explicarlo con palabras. Por ejemplo, los 3.500 pesos mensuales de la pensión de los músicos y encima con limitaciones de cupo. Allí nacen las falacias o las incongruencias en los fundamentos. Cuando nada es posible de explicar, el veto se realiza y se publica por “razones técnicas”.
Uno puede estar o no a favor de la ideología gobernante, Mauricio Macri ganó de manera más que contundente en las
elecciones de 2011, justamente tras dos años consecutivos de
batir todos los récords en cuanto a vetos de gobierno. La ideología es siempre opinable, aunque la de un empresario de centroderecha es siempre más o menos así y no habría aquí nada de qué sorprenderse, solo que olvida su pragmatismo. El ingeniero elige siempre pagar los costos, aunque la mayoría de las veces esconde los beneficios. Pero así y todo obtuvo una mayoría del 60 por ciento. Como dicen en el barrio, a llorar a la iglesia.
Lo que a uno le molesta y le cuesta mucho es ver a un bloque importantísimo de legisladores que parecería que son ignorados, incapaces de alzar la voz ante cada acuerdo que el Jefe de Gobierno les niega o les rompe delante de sus caras. Uno piensa en Cristian Ritondo, Álvaro González (que ya no está), Enzo Pagani, Bruno Screnci, el nuevo jefe Fernando De Andreis, Helio Rebot y también mujeres de fuerte carácter, como Karina Spalla o Lidia Saya, con el perdón de algún olvido. Todos ellos sellaron acuerdos de mayor o menor envergadura, comprometieron su palabra y su voto, pidieron seguramente algo a cambio, más allá que se lo hayan otorgado o no, y luego en Bolívar 1 todo lo trabajado vale cero. El arte de lo posible, la política en la casa de los consensos cada vez vale menos. Error del Jefe de Gobierno. Ese desprecio le costó caro a Aníbal Ibarra, que también vetaba porque ni siquiera tenía legisladores, no le importaba nada. Así le fue. Macri los tiene pero no parece importarle mucho más. Lo bueno es que llegado el caso lo podrán salvar de un eventual juicio político y con eso a él le alcanza. Es poco o mucho, depende cómo se lo mire. Pero triste.