Este es uno de los editoriales más tristes y difíciles que un periodista puede escribir. Losiento así. Hasta una guerra –por espantosa que esta sea– es más tolerable y previsible que la com-probación del deterioro institucional –interno y externo– en el que queda envuelta la Argentina tras la muerte del fiscal Alberto Nisman. Cualquiera sea el resultado final de la investigación acerca de cómo murió, esto, por desgracia, no cambiará.
He visto en estos días, como muchas veces a lo largo de todos estos años, dos visiones opuestas acerca de una misma realidad. Una guerra total que deteriora siempre la posibilidad de un libre acceso a la verdad, a otra opinión, a optar por otro camino posible, distinto.
Porque hay sectores del poder, estén estos a favor del oficialismo o en su contra, que se empecinan en hacernos creer que el ticket es solo de ida. El fiscal Nisman no era ajeno a esta lógica, y todo lo visto desde los días y horas previas a su muerte también tiene la matriz de esta década argentina de la lógica binaria, negadora y estúpida. La que la hace crecer a pesar de ella.
Nisman se hizo cargo de una de las investigaciones más complicadas de la Argentina moderna, por el pesado componente geopolítico del hecho, que sumaba presiones internacionales de las que duelen y que iban a poner a prueba a las instituciones de la Argentina a la hora de afrontar la pesquisa. Las consecuencias de la presión están a la vista. Desde hace 20 años, no ahora. Induda-blemente, este es el momento más trágico.
Nisman no era Superman ni pariente de ningún superhéroe. El fiscal, con sus aciertos y errores, vivió esta época, en este país y en esta lógica, de la que era parte.
No poseía respaldo personal para maniobrar estas “alturas del poder” respecto al tema judicial que estaba manejando. Hacía lo que podía con apoyos coyunturales, ninguno estratégico. Si lo hubiera tenido, quizás hubiera habido otro final.
En 2004, el entonces presidente Néstor Kirchner le pidió a Nisman que llevara adelante la investigación del atentado a la AMIA, que años más tarde se constituiría en una fiscalía especial. En 2008, el fiscal solicitó el procesamiento del expresidente Carlos Menem; del juez de la causa, Juan José Galeano; del jefe de la SIDE, Hugo Anzorreguy, y del comisario Jorge “el Fino” Palacios. Todos nombres pesados. Su requerimiento le fue concedido y además fue ratificado en segunda instancia. A esa altura y según WikiLeaks, desde los Estados Unidos le pidieron a Nisman que se centrara en los culpables del atentado y no en Menem. Le marcaron, además, el objetivo: Irán.
Nisman vivió entrampado en la misma telaraña en la que conviven históricamente los funcionarios del Estado. La Argentina vivió hechos judicialmente aberrantes, en los que varios jueces federales se prendieron fuego al calor del poder político para luego darse vuelta en el aire cuando se atenuaba ese calorcito. Son especialistas en oler sangre política, pero esta vez la sangre fue de verdad.
El juez Rodolfo Canicoba Corral es alguien que conoce bien estas maniobras. Dijo que “no había ordenado esas escuchas” al día siguiente en que Nisman las denunció, pero 24 horas más tarde afirmó que “sí las conocía”, aunque las desacreditó como cosas “viejas” o de escasa relevancia procesal. Papelón.
La guerra de espías es un trending topic de la realidad política actual. Aunque así fuera, y por cierto que la hay, nunca podría un sector de la Inteligencia por sí solo fundamentar seriamente denuncias de este tenor y, mucho menos, generar un magnicidio. El propio Jaime Stiusso tampoco es tan grosso como para “cargarse” al fiscal del caso AMIA en contra de todo el Estado nacional. Nisman volvió apretado y asustado de Madrid. Nada podría justificar su accionar, desde el abandono de su hija de 12 años en Barajas hasta su punzante denuncia contra la Presidenta, si no hubiera motivos de “fuerza mayor” para esas actitudes familiares, judiciales y políticas.
Es cierto que CFK debió abandonar Facebook y dar la condolencia oficial, más allá de la política. Error típico K. Lo cortés no quita lo valiente. Menos costo para ella y la Argentina y una imagen menos devaluada. Pero, más allá del error del estilo presidencial, el único perjudicado ante la opinión pública, que no existe pero se mide, fue el Gobierno nacional. ¿Es lógico que CFK sea la responsable? No.
La visita del colaborador de Nisman agrega una duda enorme, de más calibre que la pistola que dicen que aportó. La cantidad de gente ligada a la seguridad nacional y distrital que desfiló por el departamento del fiscal, incluso mucho antes de que Sergio Berni llegara, hace preguntar por qué estaban allí. Qué hacían sin juez ni fiscal. El tiempo transcurrido.
La madre, los custodios. Cuándo murió y cómo. Muchas preguntas. Esclarecerlas será un paliativo. El supuesto apartamiento de Nisman de su cargo no parece ser un motivo equivalente al tenor de su estruendosa denuncia. ¿Por qué pegó tan arriba, después de dos años tibios? ¿Alguien lo soltó? En más de una ocasión, el fiscal dijo que se estaba jugando la vida, y nunca quedó claro el porqué. Lástima que no dejó pistas. Lo que se confirmó es que era cierto. Por su propia mano o inducido.