Por estos días es normal escuchar acerca de todas las plagas económicas y políticas que sucedieron al Mani Pulite en Italia y al Lava Jato en Brasil, por citar dos casos cercanos para la Argentina. Los panoramas sombríos suelen mezclarse entre todas las noticias y análisis, tanto que hasta uno podría pensar que algunos están interesados en “salvar” al país de ese caos y de esa anarquía que sucedería si el tema que se inició con los cuadernos de Centeno llega finalmente, y en tiempos razonables, a buen puerto.
¿Buen Puerto? Claro, esto no quiere decir al “final”, porque hay tantos finales como uno se quiera imaginar, pero toda historia y todo proceso tiene un inicio, un desarrollo y un final. Después vendrán las adendas (en el mejor de los casos) para darle más precisión y que la información con que se trabajó en su momento pueda ser mejorada y completada.Por ejemplo, como se hizo desde la Secretaría de Derechos Humanos y Sociales, tantos años después, con el trabajo de los desaparecidos y los detenidos ilegales, luego del histórico Juicio a las Juntas y la recopilación de la Conadep.
También hay que recordar que lo que tenemos para “proteger” como país es un modelo –de años– del orden de un 30 por ciento de pobres, de los cuales más de la mitad son chicos y chicas; un país al que sostienen tributariamente solo el 40 por ciento de los que generan PBI, mientras que “truchan” las grandes empresas, los grupos financieros y tantos más evasores de distinta calaña. Por supuesto, los asistidos socialmente, ya en tercera generación, no aportan nada para sostener al conjunto. Y son muchos, obvio. El trabajo escasea cada vez más, según marcan casi todos los índices, y el trabajo en negro y mal pago es moneda corriente para el caso de que se lo consiga. Es la Argentina.
La gente no cree en los partidos políticos, los ve a todos más o menos parecidos, con matices respecto a si pueden cambiar o no la realidad que nos azota y agobia, tanto mental, psico, física y económicamente. Cambiemos fue una buena idea desde esta percepción social, que no se fijó realmente mucho en quiénes eran ni en qué iban a hacer, pero el nombre fue “seductor”. Quizá sea para bien, pensaron buena parte de su votantes, muchos más que los antiperonistas acérrimos que siempre votan en contra, salvo cuando sus cuentas bancarias (o escondites sobre o bajo tierra) se agrandan, sin ideología que atender.
Aquí es donde el Poder Judicial, sobre todo en el plano de los 12 jueces federales y en la Corte Suprema, para no caerle prima facie a todos sus integrantes, sino a sus máximos responsables, se puede empezar a recomponer. Es difícil, pero largan desde el lugar de cómplices de las “grandes decepciones argentinas” y llegan a una realidad que, aunque no traiga la prosperidad en el corto plazo, le dará más dignidad a su trabajo, impedirá que sus integrantes sean los supermillonarios de este empobrecido país, junto a algunos de sus beneficiados, e irá marcando un camino en el cual impartir justicia sería algo beneficioso para el país y para todos, no solo para ellos y para quienes los cobijan o les pagan.
El mensaje para Bonadío, Stornelli y compañía es que si esto vuelve a resolverse con tufillo electoral y cero transformación de la matriz contratista, la suerte de la Argentina y la de ellos mismos volverá a ser nula y peligrosa, ya con una respuesta inimaginable desde la sociedad que espera alguna vez “el tiro para el lado de la Justicia”.
Obvio que no es una amenaza a estos fiscales y jueces federales, es darles voz a los sin voz, ya no solo a los más pobres que sus fallos generaron, sino a la clase media que puebla ese poder, a la clase alta que votó por Macri, que hasta vería con agrado cómo la Argentina podría anotarse en una carrera en donde las chances sean un poco más parejas, el costo de la Nación y el trabajo más justo. Lo mismo corre para disminuir al mínimo hasta extirpar las presiones políticas y generar un fair play en todos los ámbitos que nos haga competir como empresas, crecer o fundirnos, pero con un arbitraje justo.
La decisión primera se aplaude. Atentos, esperamos el desenlace de los fallos que pueden sentar las bases de una nueva era del país. Algo tan necesario y raro como tener reglas de juego claras. Sin impunidad y con castigo. Stornelli, Bonadio y luego la Cámara tienen la palabra.