La claridad es la cortesía del filósofo. El pensador surcoreano Byung-Chul Han, radicado en Alemania y que usa el idioma alemán para escribir, se ha puesto de moda en base a su cortesía de divulgador de conocimientos a menudo originales. Pasó de ser estudiado en seminarios particulares hace unos años a ser comentado hasta en los bares de la ciudad. Dar una explicación de esto pareciera caer en una trampa que el propio pensador plantea:
“Más información no conduce necesariamente a mejores decisiones. Hoy se atrofia precisamente la facultad superior del juicio por la creciente cantidad de información… El conjunto de información por sí solo no engendra ninguna verdad…” Lo curioso es que a los lectores de Han les llega información de filósofos y escritores del siglo XIX y XX, cuya lectura no ha sido profundizada más que en los claustros. Pero por sus características, la prosa de Han puede ser leída sin el conocimiento previo de los autores que insistentemente cita. Lo que nos lleva a un contrasentido.
Además es un pensador que se mantiene fuera del canon, lo que también atrae a los que se regodean en lo exótico. Y los libros de Han son breves pero se sustraen de la ligereza aunque, valga la redundancia, puedan ser leídos con ligereza.
Toda una suerte de contradicciones rodean a este autor. Las que conviven con la vida cotidiana de sus lectores para los que constituye también una perfecta evasión. Y en las mejores librerías de CABA sus libros se agotan.
Esto no es un fenómeno novedoso, pasó con Foucault, Agamben, y de una forma más aguda allá por el 2001 con los libros de Tony Negri, entre otros.
Byun-Chul Han es un autor que le cae a la perfección al intelectual de sobaco. Con esto no lo desacredito, pero si cualquier lector quiere adentrarse seriamente en su obra tiene que empezar por estudiar a Heidegger y detenerse en su ontología.
Estamos en presencia de una serie de encrucijadas que se sustentan en un discurso que va contra la propia difusión del autor: “La compra no presupone ningún discurso. El consumidor compra lo que le gusta. Sigue sus inclinaciones individuales. Su divisa es me gusta. No es ningún ciudadano. La responsabilidad por la comunidad caracteriza al ciudadano. Pero el consumidor no tiene esa responsabilidad…”
Entonces nos encontramos con la paradoja de que un pensador que caracteriza la lógica del consumo como elección irresponsable, su difusión no es más que parte de ese consumo inmediato propio de la era digital.
Toda especulación política deja de lado que la política como tal es el dominio del acto y de la acción, lo que presupone la capacidad de tomar decisiones constantemente. Y, aunque Han aporta ideas originales respecto de la sociedad actual, no por originales constituyen una crítica. Es que muchas veces sus palabras declinan en la crítica de la crítica, y como el resultado de una impostura se desvanecen en el mismo momento en que son más sutiles.
Han parece caminar sobre una cuerda floja entre el pensamiento y el entretenimiento, atrapando al lector ingenuo en sus palabras, muchas de las cuales dicen de otra manera lo que ya se ha dicho.
Entre fantasmas, inmunología, cansancio y depresión, tanto como observador preciso como en aglutinador de imprecisiones, el filósofo coreano llegó a ser best seller en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.-