Comunicación, difícil materia para Capitanich

Comunicación, difícil materia para Capitanich


Muchas fueron las especulaciones políticas después de que la Presidenta designara a Jorge Capitanich como jefe de Gabinete tras la derrota en las urnas y una licencia por enfermedad que alborotó los egos en la Rosada y revivió el fantasma de la sucesión. En ese entonces, la llegada de uno de los hombres fuertes del peronismo en el interior del país, con perfil presidenciable y atributos de gobernabilidad y gestión reconocidos por oficialistas y opositores, parecía ser la bocanada de aire fresco que necesitaba el kirchnerismo para, una vez más, resurgir de sus cenizas.

Aquel gobernador reelecto con más del 60 por ciento de los votos, otrora jefe de Gabinete de un Duhalde que años más tarde se autoproclamaría pacificador de la patria, parecía llegar al desgastado gabinete nacional para ordenar las cosas e intentar enderezar el rumbo del país. Sabía que si lograba imponer algunas medidas claves y conseguía una tregua con los medios podría capitalizar su visibilidad nacional para soñar con un próximo futuro presidencial.

Con su imagen siempre cuidada, su florido discurso y su gestualidad milimétricamente estudiada, brindó la primera conferencia de prensa con preguntas después de mucho tiempo y fue celebrado por toda la opinión pública como “el cambio” que el gobierno necesitaba. “Al fin el kirchnerismo escuchó lo que la pedía la gente”, dijeron algunos; “si hace las cosas bien, puede ser el próximo presidente de los argentinos”, dijeron otros. Jorge Capitanich, “Coqui” para los íntimos, surgía así como una figura del peronismo que venía a romper con el oligopolio Massa-Macri-Scioli como únicos en carrera para suceder a la señora presidenta.

Cada mañana durante los últimos (apenas) dos meses, Coqui enfrentó a la prensa para dar respuestas y mostrar la seguridad de quien conduce un equipo que se presume ganador. Mostrándose ante los periodistas firme, seguro, sonriente, con un estilo algo barroco en sus discursos pero siempre esforzándose en demostrar que sabía de lo que hablaba. En los primeros días mantuvo un tono mesurado y receptivo –extraño en un mar donde todos los peces muestran los dientes antes que las aletas– y logró convertirse en la voz ecualizada de un gabinete que cada vez que enfrentó a los medios metió la pata. Era el primero y el último en llegar a la Casa Rosada, era el hombre del momento.

Pero la Argentina es una caja de Pandora en la que las verdades reveladas, los fuertes rumores e incluso los pronósticos de los especialistas se desmoronan casi con tanta rapidez como fueron erigidos. Esa imagen de redentor del norte que llegaba para liderar el cambio se esfumaría apenas dos semanas después de haber asumido, cuando los propios que lo respaldaron para ocupar un aparente sitio de privilegio le quitaron el apoyo en medio de los saqueos de Córdoba.

Según fuentes allegadas al jefe de Gabinete, la noche anterior a la conferencia donde dijo que el conflicto era “excluyente y exclusivo” de Córdoba y le pidió a De la Sota que se hiciera cargo, el funcionario habría tenido que soportar que lo ningunearan tras pedir que las fuerzas de seguridad fueran enviadas para contener la situación. Como se dice en política, a Coqui “le mostraron quién la tenía más larga”, y a partir de allí nada sería igual.

Aquel jefe de Gabinete moderado que se reunía con la oposición para encontrar puntos en común y trabajar en una agenda bilateral pasaría a hablar de “procesos de desestabilización”, “prácticas monopólicas” y a culpar incluso a los enfurecidos usuarios de no tener luz en medio de una histórica ola de calor, como alumno dilecto del kirchnerismo ilustrado. Pero una vez más, cegado por el protagonismo, no escatimó en ensayar respuestas o soluciones a viva voz que le generaron internas en el gabinete, como la de la posibilidad de “importar tomates desde Brasil”, los “cortes programados de luz” o los posibles cambios en el impuesto a los Bienes Personales que desnudaron las diferencias con su propio equipo.

Las contradicciones con los demás miembros del gabinete habrían provocado en las últimas horas que la Presidenta le pidiera reducir sus encuentros con la prensa, acortar el tiempo de sus conferencias y circunscribirse únicamente a temas de gestión. “Se convirtió en un comentarista de otros y quiere renunciar, pero sabe que Cristina no se lo perdonaría”, aseguran cerca del funcionario. Envuelto en rumores de alejamiento y rápido de reflejos, Capitanich negó un reto de la Presidenta y sostuvo: “Puedo hablar más, puedo hablar menos pero siempre estoy para comunicar”. Como si pudiera hacerlo de manera efectiva sin el apoyo de los demás.

El peor enemigo de la comunicación es la necesidad de comunicar sin tener claro el mensaje. Esa necesidad de comunicar es la que lo llevó a dar discursos plagados de obviedades, como la afirmación de que “con el trigo se hace la harina, con la harina se hace el pan”, que se convirtió rápidamente en un hit a través de las burlas en redes sociales, o comentarios absurdos como celebrar del boom turístico en la Costa Atlántica segundos después de expresar sus condolencias por la muerte de tres jóvenes víctimas de un rayo en la ciudad balnearia de Villa Gesell.

En un contexto donde la Presidenta se mantiene en silencio, el vicepresidente pareciera estar acorralado, el titular de la AFIP es encontrado en off side y el ministro de Economía no logra dar pie con bola ante un dólar sin techo, parecería que el jefe de Gabinete no aprendió aún que la comunicación no puede arreglar del todo lo que la gestión no hace. Una asignatura que este Gobierno pareciera haberse llevado a marzo.

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