La contaminación del aire implica un importante riesgo para la salud, que puede derivar en accidentes cardiovasculares, cáncer de pulmón y neumopatías como el asma. Según la Organización Mundial de la Salud, nueve de cada diez personas en el mundo respiran aire contaminado. Incluso, este problema ambiental provoca más muertes por año que el tabaco, con 7 millones de defunciones anuales.
Para generar conciencia acerca de una de las causas más importantes de muerte prematura en el mundo, la OMS estableció al tercer jueves de noviembre como el Día Mundial del Aire Puro. La importancia de concientizar a la población radica, principalmente, en el hecho de que la principal fuente de contaminación es la actividad humana.
En este sentido, la contaminación del aire es indisociable de la urbanización: si bien las ciudades cubren sólo un 3% de la superficie del planeta, generan el 75% de las emisiones de carbono. La Ciudad de Buenos Aires no escapa a esta realidad: sólo en marzo de 2018, la Dirección General de Estadística y Censos registró la circulación de 1.519.960 autos; lo que evidencia que la polución del aire en la urbe porteña es -y será- cada vez mayor.
Paralelamente, las ciudades enfrentan el desafío de incorporar espacios verdes que acompañen a la urbanización, ya que los mismos son sumamente importantes para mejorar la calidad del aire. Pese a que la OMS recomienda que las ciudades cuenten con entre 10 y 15 metros cuadrados de espacios verdes por habitante, Buenos Aires está lejos de ser una “ciudad verde”, ya que sólo posee 6 metros cuadrados.
Tanto la carencia de espacios verdes como la exponencial circulación de vehículos en el ámbito de la Ciudad de Buenos Aires perjudican al medioambiente. Según las mediciones de los sensores que el Gobierno de la Ciudad colocó en La Boca, Parque Centenario y la intersección de Córdoba y Rodríguez Peña, desde 2015 hasta 2018 los niveles de monóxido de carbono -un gas altamente tóxico- en el aire han aumentado.
Algunas causas de la contaminación, como el deficiente funcionamiento de aparatos domésticos, dependen de las personas. Sin embargo, el control de la mayoría de las fuentes de la contaminación del aire excede a los individuos, y requiere la intervención de los Estados y de las organizaciones. En este sentido, para reducir la contaminación del aire se puede mejorar la gestión de los desechos urbanos, fomentar el transporte público a partir de una planificación eficaz que priorice las necesidades de traslado de las personas, mejorar la eficiencia energética de los edificios y aumentar el uso de combustibles de bajas emisiones.
Distintos países han encontrado variantes para mitigar la contaminación. En Estados Unidos se han comenzado a fabricar autos eléctricos; incluso, las matriculaciones han aumentado un 42% en 2017 con respecto al año anterior. Además, en Los Ángeles, existen aplicaciones que distinguen los estacionamientos disponibles para no generar contaminación al buscarlos. Pero también existe otro camino: incorporar espacios verdes en los centros urbanos. La ciudad ejemplar en la materia es Curitiba, en Brasil. En dicha urbe existen 52 metros cuadrados de espacio verde por cada habitante.
Nuestra calidad de vida está directamente relacionada con la calidad del entorno en el que vivimos. Entendiendo que las ciudades en las que vivimos serán cada vez más grandes y pobladas, atender esta problemática global, pero a la vez local, debe ser una prioridad de la política pública.