El gobierno se la juega con el control de precios. Con lo que obtiene varios beneficios aún cuando esos controles de precios finalmente -como ha pasado en ocasiones anteriores- no funcionen del todo bien.
La militancia juvenil, hoy desorientada antes las abrumadoras denuncias de corrupción, se volcó a las redes sociales a insultar periodistas, con nulo resultado (¿qué otra cosa podía esperarse?) más que el radicalizara quienes no eran del todo opositores, o por lo menos, opositores enojados.
Participar de los controles de precio tiene, entonces, el mérito de hacer algo concreto y últil socialmente, conocer el territorio y obligar a las 3 y 4 líneas -que son las que hoy sostienen un gobierno que desde el vértice parece activo, pero debajo del vértice hacia los segundos mandos, parece paralizado- a escuchar a las bases sociales que representan.
Salir del “relato”, que hoy son 4 vivos puteando porque les filman las mansiones, para ir a lo cotidiano. Las góndolas, donde se define el resultado de este proceso nacional y popular. Hacer política.
Si esto funciona, cambiará, a mediano plazo, la percepción social -negativa, erróneamente, pero bueno, es la realidad la que hay que cambiar, no negar- que se tiene de la militancia política.
Y además, ayudará a consolidar la distribución del ingresos. Y a que los militantes entiendan cómo impactan las decisiones de gobierno en la vida de la gente. No es poca cosa. Al contrario. Es un giro extraordinario.
Hoy no existen instrumentos estatales para controlar los precios. A largo plazo, y sobre esta experiencia, pueden construirse. Es decir, se pueden sentar los andamiajes de sostén sólido de un esquema económico que requiere de este instrumentos para la tantas veces postergada reforma impositiva. También, como en toda jugada audaz, hay riesgos. El principal es que si no se pueden controlar los precios se le está dando a los dueños oligopólicos de la Argentina la posibilidad de dar un batacazo inflacionario que haga volar todo por los aires, como tantas veces en la historia sucedió. Desprestigiar más a la militancia, es el otro riesgo. Y el principal: dotar de condiciones de enunciación para el regreso de un discurso neoliberal como matriz explicativa de la economía.
Así las cosas.
Habrá que apostar, entonces, por esto.