El país está polarizado. Hoy, a una parte del país lo representan las cacerolas, y a otra las ollas, tanto como en otra época lo hicieron los libros y las alpargatas. Una parte del país busca hacer cada vez más ruido con sus cacerolas, mientras que el desafío para la otra sigue siendo, como siempre, “parar la olla”. Los ciudadanos de cacerola en mano reclaman por diferentes causas que van desde la reforma judicial al cepo al dólar. Hay legitimidad en muchos de estos reclamos en torno a temas urgentes y decisivos pero no debieran perder de vista la preocupación apremiante del pueblo de la olla. A menudo los ciudadanos de las cacerolas acusan, desde su postración política, al clientelismo de ser el origen de todos los males del país. En realidad, el problema principal no es el clientelismo sino la pobreza.
Un tercio de los argentinos vive en la pobreza. Sólo en el conurbano bonaerense existen alrededor de mil villas y barrios precarios en los que viven cerca de dos millones de personas. En las últimas dos décadas los planes sociales, a menudo gestionados por los punteros políticos, han sido para muchos de estos argentinos el único ingreso. Hoy el plan nacional de trabajo más extendido es el programa de cooperativas “Argentina Trabaja”.
Para mi tesis de doctorado por la University of California, Berkeley, entrevisté 120 punteros del conurbano bonaerense que me enseñaron cómo funcionan las maquinarias políticas y el “Argentina Trabaja”. En la teoría este programa fomenta la formación de cooperativas que realizan tareas de mantenimiento y pequeñas obras de infraestructura en los barrios. Pero en la realidad se trata de cuadrillas de desempleados bajo los rigores del sistema clientelar. Las características esenciales de las cooperativas, como la autoorganización y la administración colectiva, brillan por su ausencia.
Los intendentes usan al Argentina Trabaja para alimentar sus maquinarias políticas. Un intendente del conurbano me confesó que con ellos pagaba a sus punteros y seguidores. Los punteros arman los grupos que integran cada cooperativa y funcionan como capataces encargados de tomar asistencia y recomendar las bajas. Es este poder el que utilizan para intercambiar favores económicos y políticos con los beneficiarios. Es común que les exijan que asistan a manifestaciones partidarias y que les entreguen un porcentaje de su sueldo. Un puntero me decía, “antes cantábamos ‘combatiendo al capital’, ahora sólo hacemos política por capital”. Se establecen incluso acuerdos en los que el puntero recibe la mitad del sueldo del beneficiario a cambio de que no trabaje y le quede tiempo para “hacer changuitas de albañil”. Por esta práctica, al programa se lo llama con frecuencia “Argentina Descansa”.
Los pobres no se acogen a estos planes porque sean inmorales o irracionales, sino porque son la única respuesta que encuentran. Aceptan este estado de bienestar mínimo y arbitrario que les llega de las manos de los punteros porque es una de las pocas estrategias de sobrevivencia que les queda disponible. No es justo, entonces, culpar a los pobres del clientelismo al cual se los condena. Superar los esquemas clientelares supone, ante todo, encarar el drama de la pobreza. Es ese el problema fundamental de todos los argentinos.
*Rodrigo Zarazaga es director e Investigador Principal del CIAS. Sacerdote Jesuita, Licenciado en Filosofía y en Teología, Doctor en Ciencias Políticas por la UC Berkeley y Post Doc por la University of Notre Dame.