El peronismo se encamina a perder su prestigio el próximo domingo. Ya no se trata de perder el poder, la mayoría, la representación o los votos, se trata de lo único que le quedaba, el prestigio de haber nacido como un movimiento revolucionario que cambió la historia argentina. Esa historia es una antes de Juan Perón, y otra después.
¿Cómo es que se ha llegado a este punto? Hay razones que no involucran a los militantes de ley, defensores de los principios y la doctrina peronista original: la subestimación de los objetivos fundamentales y la corrupción de los dirigentes.
Desde la recuperación de la democracia, y con excepción de la gran derrota de 1983, nunca una elección de medio término fue tan contundente como para poner en jaque al peronismo que, a esta altura de los acontecimientos, merece despegarse de las burdas similitudes que pretendieron ser el menemismo y el kirchnerismo. Sin embargo, el peronismo cae por culpa de esos disfraces políticos cuyo único objetivo fue el enriquecimiento personal de los funcionarios de turno, mientras entretenían con abultados sueldos al coro más cercano.
El dolor puesto de manifiesto en los saludos por el 17 de octubre, esa fecha histórica plagada de significados políticos, es inmenso. Dudan acerca de los destinatarios porque, si bien un peronista sabe que para él no hay nada mejor que otro peronista, otros parecen serlo pero no lo son, ni por sentimiento ni por ideología.
Ofende escuchar a la ex presidenta Cristina Fernández mencionar a Perón, no a Evita porque ella siempre hizo esa distinción de aprecio montonero para discriminar al creador del justicialismo, tanto que a ella la esposa de Perón “la votaría”, en cambio Perón “votaría a Taiana”. No es cierto, Perón votaría al padre de Taiana, no al candidato a senador que muy probablemente se quede en la puerta.
¿A qué viene esa manipulación política de apelar a las figuras fundantes del peronismo en esta campaña, si ninguneó a Perón como se le dio la gana y hasta se negó a respaldar su monumento detrás de la Casa Rosada? ¿Tan mal ve el futuro que comete la hipocresía de acordarse de él para juntar unos votitos más?
Esta vez no va a resultar el engaño. Las cartas están echadas y lo que resta es analizar las responsabilidades que les competen a las autoridades del gobierno kirchnerista en este desastre.
La mayoría de los kirchneristas fanáticos, y defensores del “modelo” teñido de viejos y amañados pensamientos y prácticas del poder, creen –o les han hecho creer- que están librando una batalla contra el neoliberalismo, los vendepatrias y los ricos, un argumento que tenía sentido en las décadas del 40 y el 50, pero no en el tercer lustro del siglo XXI.
Con dos dedos de frente alcanza para darse cuenta que el gobierno kirchnerista fue la peor muestra del manejo del poder político, el más corrupto -incluso más que el menemismo-, el que no vendió al país porque eligió repartirse la plata robada dentro de un sistema perfectamente organizado que tiene nombres y apellidos.
El Peronismo caerá después de haber sido usado como un preservativo durante doce años. A Néstor ni a Cristina jamás les interesó el peronismo, e hicieron todo lo que pudieron para que desapareciera. Ya está, lo consiguieron, y no vale resucitar a los muertos para salvarse de una derrota cantada.
El Peronismo cae porque la exposición de los ladrones, no solo en los medios “hegemónicos”, es tan apabullante que ni los medios afines al kirchnerismo lo pueden ignorar. El pueblo argentino, al que dicen amar, estuvo todo ese tiempo en manos de una banda que vendía espejitos de colores y ofrecía soporíferos lastimosos a la franja más empobrecida del país, mientras se llevaban en bolsos y cajas fuertes miles de millones de pesos.
¿De qué sirve pagar la deuda externa si el resto de la plata se la llevaban a su casa los funcionarios de un gobierno? ¿De qué sirvió hacerse los revolucionarios luchando contra el imperialismo -sólo uno porque el comunismo formó parte de las primeras filas del kirchnerismo- si los argentinos quedamos aislados del resto del mundo sin entender por qué? ¿Cuál era el negocio, transformar a la Argentina en Venezuela? ¿Ser una patrulla perdida en un mundo nuevo que avanza y se transforma a pasos agigantados, y no precisamente hacia la izquierda?
¿Cuál fue el objetivo de generar durante una década el miedo y el terror en quienes no compartían objetivos tan oscuros de la política? La dominación. Pretendieron dominar de las peores formas a un pueblo que se mantuvo callado y padeciendo el patoterismo de un grupo que pretendía ser el dueño de la verdad. El pueblo argentino tiene memoria, no solo para los derechos humanos, a los que ellos, además, explotaron y exprimieron convirtiendo a las organizaciones nacidas genuinamente en simples lavaderos de dinero.
Las nuevas generaciones a las cuales el kirchnerismo les inoculó la bacteria ficticia de una “revolución” serán las que sufran semejante despropósito ideológico, pues las han fanatizado detrás de una fantasía que está a punto de diluirse. Esos jóvenes deberían analizar sus posibilidades de futuro, que en nada se parecen a lo que el mundo entero está diseñando. No deberían haberse aprovechado de la inocencia juvenil planteándoles una utopía en la que ni creían quienes la estaban trasmitiendo. Es pecado de soberbia.
Ahora, el desfile por Tribunales será incesante. Quedarán a la vista los destinos de miles de millones de pesos o dólares desviados con premeditación. Por más que griten que esto es “una persecución política”, nadie les creerá, solo un conjunto de fanáticos que se niegan a aceptar la realidad y se convierten en cómplices porque, en miles de puestos de trabajo en el Estado durante el kirchnerismo, sabían lo que pasaba, y callaron.
El peronismo se va a desprestigiar, ya lo está, pero si eso sirve para que las lacras que lo deslegitimizaron inicien un camino rumbo a lo desconocido, bien venido sea.