A tres días de las PASO, prevalece una percepción, bastante generalizada, de que el país está ante un proceso electoral bisagra. A diferencia de otras elecciones, las opciones esta vez se muestran menos difusas y más firmes en sus postulados. Al menos en la faz discursiva es así, por cuanto las plataformas y propuestas serias de gobierno, en general, brillan por su ausencia, como lamentablemente es costumbre en nuestro país.
El inicio de la campaña ya había reforzado de manera drástica el escenario de polarización. Quizá como nunca antes de manera tan acentuada, quedó planteada la confrontación sobre dos modelos de país, muy disímiles en aspectos centrales, a pesar de que la composición híbrida de las dos fórmulas principales – con las inclusiones de Miguel Pichetto y Alberto Fernández- apuntó a matizar esa polarización a fin de atraer votos peronistas y moderados respectivamente.
Así, el escenario electoral se fue configurando en torno a dos ejes principales. El primero, de carácter institucional, se funda en la premisa de que lo que está en juego es república versus populismo. Responde a una lógica temporal mediata o de largo plazo. Este eje es sobre el que puso el acento el gobierno, y hace foco en el factor miedo al regreso del kirchnerismo, a partir de la aversión que tiene un segmento significativo de la sociedad respecto al período anterior y sus principales exponentes. Postula como temas centrales: corrupción e impunidad, autoritarismo y la comparación con Venezuela.
El segundo eje, de tipo más práctico y material, apela al contraste entre la situación económica presente con la del período kirchnerista. Obedece a la lógica de la inmediatez y el corto plazo. Aquí puso el foco el Frente de Todos. Hace énfasis en factores evocativos, atribuyendo el deterioro del bienestar material de la mayoría de la población, a una acción deliberada del oficialismo para beneficiar a determinados sectores. Plantea como temas principales: inflación, tarifas y empleo.
Aunque prefiere eludir este segundo eje, Juntos por el Cambio apela a una explicación y a una promesa: las penurias del presente son consecuencia inexorable de un pasado determinado, y el esfuerzo presente es el fundamento imprescindible para un mejor futuro posible. Por ello, el acento en la obra pública y la mejora en la infraestructura constituyen los argumentos para intentar contrarrestar la implacable línea narrativa que apela a una fibra tan sensible como la evidente pérdida de poder adquisitivo.
El eje que prime, sobre todo en la consideración de los sectores independientes e indecisos, podría ser la clave de la definición presidencial. En atención a los factores explicativos del voto en Argentina -con una preponderancia mayor de las motivaciones de interés personal y vinculadas a la economía de bolsillo-, y teniendo en cuenta que se le atribuyen a las variables emocionales un mayor peso que a las racionales al momento de votar, puede afirmarse que sería un hito sin precedentes que el eje institucional logre prevalecer en la ciudadanía de manera mayoritaria.
Así mismo, puede hacerse referencia a un tercer eje, de carácter ideológico, que tendría una incidencia menos directa en lo que refiere a la disputa presidencial, pero que aún así puede tener un peso gravitante, producto de la alta paridad que se vislumbra. Consiste en un voto motivado por la convicción, y fundamentalmente es consecuencia de una serie de debates que irrumpieron con fuerza en la sociedad en los últimos dos años: principalmente la ideología de género, el aborto y el rol del Estado en la economía. Es probable que este eje, en particular en lo atinente al tema del aborto, tenga mayor preponderancia en la elección para cargos legislativos, lo que podría mostrar un alto nivel de corte de boleta.
¿Qué puede esperarse entonces de las PASO, considerando que no representan una instancia definitoria?
El dato saliente que mostrarán las primarias será la diferencia de votos que se produzca entre el Frente de Todos y Juntos por el Cambio, dados los efectos diversos que esto tendrá. De confirmarse el pronóstico de la mayoría de las encuestas, que asigna a Alberto Fernández una ventaja de entre 2 y 6 puntos sobre Mauricio Macri, es esperable que el oficialismo salga fortalecido, con mejor contexto para mantener estabilizados los indicadores de gobierno más sensibles y con perspectivas optimistas de cara a la primera vuelta de octubre. Por el contrario, si la diferencia a favor de Fernández fuera pronunciada, sería esperable un escenario de alta incertidumbre, con un impacto directo en las expectativas de la población y también de los mercados, lo que generaría mayor volatilidad financiera y cambiaria, y en consecuencia podría verse afectada la estabilidad del gobierno en las semanas siguientes.
Hecha la salvedad respecto a la fiabilidad relativa de las encuestas, la expectativa de una tercera vía que pudiera aglutinar a una parte significativa del alto porcentaje de electorado insatisfecho con las dos fuerzas mayoritarias quedó diluida. A tal punto que, salvo que ocurriera algún suceso fuera de lógica, no se avizora ningún candidato a presidente de las terceras fuerzas superando el 10% de votos.
A pesar de ello, a la luz de la aparente paridad entre las fórmulas Macri – Pichetto y Fernández – Fernández, la incidencia que tendrán los votantes de los candidatos de esas fuerzas será decisivo con miras a la primera vuelta (y a un eventual balotaje). Al respecto, es de esperar que las PASO muestren un porcentaje considerable de voto de preferencia, proclive a reencauzarse hacia un voto útil o estratégico en octubre. A ello debe añadirse el todavía alto número de indecisos, y el caudal de votantes que suele abstenerse en las primarias. Ambos grupos tuvieron un rol decisivo en 2015 para el triunfo de Cambiemos.
Otros tres factores que se dilucidarán en las PASO serán de relevancia para marcar una tendencia con miras a octubre. En primer lugar, cómo se dispersarán los votantes que en 2015 eligieron a Sergio Massa. Ese 21% heterogéneo, conformado por peronistas, anti kirchneristas, independientes y ciudadanos atraídos por una agenda que ponderaba la seguridad, difícilmente converjan de manera mayoritaria hacia el Frente de Todos. Es de esperar que una parte significativa se reparta entre el oficialismo y la fórmula Lavagna – Urtubey.
Lo segundo es el peso electoral que tendrán los espacios de derecha, en sus variantes liberal (José Luis Espert) y conservadora (Juan José Gómez Centurión). Esos sectores, con votantes que en su mayoría son un electorado potencial de Macri, podrían resultar decisivos no solo para la definición presidencial en octubre y en noviembre. Como se hizo referencia precedentemente, en el caso del voto pro vida, se podría incentivar un alto corte de boleta que altere la conformación del próximo Congreso, considerando sobre todo la conformación de listas con perfil pro aborto que Juntos por el Cambio postuló en ciudad y provincia de Buenos Aires.
Por último, en qué medida incidirán los oficialismos provinciales. Si bien la mayoría de los gobernadores se manifestó en apoyo al Frente de Todos, y los candidatos del gobierno nacional tuvieron una muy mala performance en las sucesivas elecciones durante 2019, el antecedente de 2015 muestra que no puede sacarse una conclusión lineal al respecto. Además, el hecho de que en ocho distritos (casi todos peronistas) las candidaturas oficialistas provinciales no llevarán candidato a Presidente en la boleta, buscando así preservar la lógica de los electorados locales de la discusión nacional, aporta un componente de complejidad singular que recién se podrá dimensionar el próximo domingo.