La política porteña pasó durante este caluroso tiempo a un triste segundo plano, sólo conservando en los medios espacios que refieren a peleas de menor cuantía, con olor a chicana política: si el hospital Argerich estaba o no en condiciones de recibir al ex presidente Néstor Kirchner, y si las pistolas (cinco) que compró la Policía Metropolitana para prueba constituyen un elemento de “tortura” o son de utilidad en su función requerida. Obviamente, no se pretende desde aquí quitarle importancia al flagelo social del dengue ni al estado de los hospitales neuropsiquiátricos –en particular del Tobar García–, pero la discusión hasta el momento, quizás por la dimensión inédita de la crisis política nacional que trastoca todos los escenarios, es francamente chata.
El sistema de conferencias de prensa con las que ha formateado sus primeros pasos la oposición porteña, habla de un núcleo duro de legisladores y dirigentes que entienden que cada tema en el que se involucran tiene como primer objetivo un título en los medios más que la solución del problema en cuestión. A veces es como si las cosas nacieran y murieran en el brevísimo contacto con los medios, contacto que por ahora mantienen cerca de una decena de diputados de la Ciudad, quienes, de ser necesario, brindan una segunda dosis comunicacional de ese mismo tema o bien preparan (quizás con algunos cambios) una nueva mesa para criticar cualquier otro agujero negro del colador macrista que, por supuesto, es su principal sostén. La oposición tiene número, le falta coordinación y densidad política. Ése es su desafío.
Del otro lado del mostrador se consolidó definitivamente el nacimiento de la Policía Metropolitana, quizás el diferencial del gobierno de Mauricio Macri. Está claro que cualquier medida transformadora es resistida por el statu quo y ésta no es la excepción. Lo que extraña es la anticipación y la pobreza de las críticas operativas más allá de los primigenios errores (horrores) cometidos en la era comandada por el Fino Palacios. Para analizar objetivamente la decisión que alumbró a la nueva institución, quienes entienden su proyección vislumbran su importancia estratégica. Son esas políticas que le reservan a los gobernantes que las ponen en práctica un párrafo más o menos importante en los libros de historia o, para ser más moderno, en cualquier relato histórico localizable por la vía informática. El desafío, entonces, será que el nuevo instrumento aporte al sistema de seguridad que se desea generar en la Ciudad, y que, en su lento crecimiento hasta ser una fuerza importante, no se contamine de las desviaciones de instituciones anteriores, hoy con otros alcances, objetivos y jurisdicciones.
Será la política la que debe guiar a la nueva fuerza en este camino, de manera absolutamente democrática, con auditorías internas y externas, con personal idóneo, bien capacitado y remunerado, al amparo de la nueva estrategia adoptada en su administración, que ha demostrado significativos avances en los últimos meses en la fundamentación de sus gastos y objetivos.
Por último, están dando sus primeros pasos dos nuevos ministros (Diego Santilli, en Ambiente y Espacio Público, y Esteban Bullrich, en Educación), y también el procurador (Ramiro Monner Sans). El gabinete debería encarar con ellos la tracción política de la gestión y una mejor relación con la Justicia y los gremios docentes. Macri parece haber entendido que debe ganar la calle, con los riesgos que ello implica. Así, se ve más asiduamente a los funcionarios con la gente, supervisando las acciones. Pasaron dos años de gestión, cambios en el gabinete, y nació una política fuerte en seguridad. Veremos qué nos depara la Ciudad en este 2010 en lo que hace a la economía social y la calidad de vida. Eso es hoy salir de la chatura y la chicana: la discusión que esperan los porteños.