La vuelta de Perón aquel 17 de noviembre de 1972 fue un triunfo indudable de la resistencia popular y de la capacidad de conducción del General. Cerró así 17 años de intensa lucha en la que el antiperonismo pretendió excluir al peronismo del sistema político. Una enormidad, un despropósito que costó miles de muertos, detenidos, torturados y desaparecidos.
Perón se proclamo a sí mismo “prenda de paz”. Es que, dirimido el conflicto, era imprescindible pacificar el país y reconstruirlo. Lo hizo él, que había ganado la lucha. Sintetizó de ese modo los términos del conflicto en una posición superadora: la pacificación del país y la construcción de un proyecto nacional para el futuro. Para eso convocó a quienes compartían su objetivo: los sectores que apostaban por la democracia en la República.
No pudo. La muerte y la intolerancia no le dieron tiempo: los grupos armados impusieron su lógica. Tomaron cuarteles por asalto aún después del triunfo electoral del 11 de marzo de 1973. Asesinaron al secretario general de la CGT, compañero José Ignacio Rucci. Se levantaron en armas contra el gobierno elegido por el pueblo.
Del otro lado ya se sabe, volvieron a las peores formas de la represión, la persecución implacable al pueblo, el capitalismo más salvaje.
Hoy la Argentina está partida al medio otra vez pero por conflictos infinitamente menores que aquellos vividos entre 1955 y 1972. ¿Cómo es posible que los moderados de uno y otro sector no vean que entre ambos deben construir una prenda de paz que supere el odio y el resentimiento, que ponga las diferencias y los debates en el justo marco de la convivencia democrática y la negociación sensata entre mayorías?
Lo contrario será dejar el conflicto en manos de los intolerantes de ambos bandos; los que creen que toda negociación entre fuerzas políticas diferentes es “traición” a los “sagrados principios partidarios” o, peor aún, a la patria misma.
La historia –reciente y la larga también– demuestra claramente que a los argentinos nos va infinitamente peor cuando nos entregamos a nuestros odios.
Nuestros dirigentes deberían aprender de Perón y Balbín que supieron sentar las bases de una concordia diferente que bien haríamos en no volver a romper.
(*) Presidente de Más Pro Buenos Aires, exlegislador porteño y actual subsecretario coordinador de Planes Estratégicos de la CABA.