En estos días se conmemora el atentado a la Embajada de Israel en la Argentina, hecho que conmovió a los porteños en particular e inmediatamente después a todo el país. Desde la Legislatura, no puedo dejar de expresar el dolor y el reclamo para que la justicia nos traiga la paz.
Nos es imprescindible el esclarecimiento de este hecho que, como sociedad, nos ha desgarrado desde lo más profundo.
Fue a las 14:50 del 17 de marzo de 1992 cuando una carga explosiva voló esa sede diplomática, situada en Arroyo 910 de la Capital Federal, dejando tras de sí 29 muertos. En tanto, los heridos fueron centenares, muchos de ellos ancianos de un geriátrico lindero y niños de un jardín de infantes.
Hace ya 20 años de aquella tragedia y es de suma importancia guardar en nuestra memoria lo que ocurrió ese 17 de marzo porque precisamente la memoria nos llevará algún día hacia la verdad. No para venganzas, sino para que los culpables tengan el castigo que corresponde.
No sólo se voló el edificio de la Embajada de Israel. Se voló un pedazo de nuestra ciudad y de nuestra dignidad.
Es tarea de todos tomar conciencia de la necesidad de vivir una Ciudad que promueva valores de tolerancia y respeto por el prójimo.
De igual modo es tarea de todos revalorizar las instituciones democráticas, reclamar justicia y perpetuar la memoria de aquello que nunca debió suceder.
Toda muerte deja invariablemente una lección. El brutal atentado perpetrado en la Embajada de Israel nos señala que tal vez haya llegado por fin el momento en que el antisemitismo deje de ser un problema judío y se convierta en el problema de toda la sociedad argentina.
Se nos ocurre más que pertinente, recordar unos versos que la inolvidable María Elena Walsh escribió para una melodía anónima: "Quiero que mi país sea feliz con amor y libertad. Sólo con justicia, nos haremos dueños de la paz. No tenemos miedo, no tendremos miedo nunca más."
* Legisladora porteña por el Frente Progresista Popular.