Los políticos latinoamericanos tardan en aceptar que los liderazgos del siglo XXI ya no pueden sostenerse bajo el paraguas del verticalismo, el autoritarismo y las trampas electorales. Bolivia es hoy el ejemplo de la ambición desmedida de un hombre que tuvo el mando presidencial durante trece años e hizo hasta lo indecible para perpetuarse, causándole a su pueblo un daño importante.
Si Evo Morales hubiera admitido el resultado adverso del Referendum para una nueva postulación en 2016, contra todo consejo racional, la democracia de su país seguiría intacta, él no hubiera sido reemplazado por un gobierno interino de derecha, ni pasado por un lamentable exilio después de renunciar por “invitación” de los militares.
Una actitud diferente habría evitado que los bolivianos protagonizaran aquellos episodios del 2019, cuyas imágenes todavía resuenan en la memoria del mundo reflejando la división del pueblo en las calles, el enfrentamiento violento con la policía, los disturbios de distinto calibre originados por una grieta nacida del fanatismo y la consecuente reacción.
Ayer, en las elecciones presidenciales, volvió a ganar su propio partido, el MAS. Esto quiere decir que si una mayoría en el Referendum se opuso a que Evo se postulara para un cuarto mandato, otra mayoría demostró en la víspera que sí quería al MAS. ¿Pero no a Evo?
Si los guarismos de la elección se confirman el Movimiento Al Socialismo (MAS) y el candidato Luis Arce ocuparán la presidencia de Bolivia, en un contexto donde las efervescencias por el triunfo electoral se cruzan con las acusaciones contra la Organización de los Estados Americanos (OEA) por desnudar el fraude electoral de Evo Morales en las elecciones de octubre de 2019, en las que él mismo suspendió el recuento.
El MAS puede alcanzar hoy el 52% e imponerse en primera vuelta. La oposición encabezada por el centrista Carlos Mesa obtuvo 31,5%, menos que en la confrontación anterior con Evo, y el ultra derechista Luis Fernando Camacho el 14%. Todos datos de bocas de urnas.
Los resultados confirmarían así que el MAS no perdió poder. Los bolivianos solamente querían decirle a Evo Morales que se alejara un poco y pusiera a otro en su lugar. Lo que aún no queda claro es el grado de poder que tiene el liderazgo de Evo.
Su gestión económica en diez años fue la clave de su éxito. Bolivia llegó a registrar tasas de crecimiento del 5%, reduciendo la pobreza a la mitad al darle la posibilidad de salir de ella a tres millones de bolivianos.
Nombrar un sucesor no suponía un demérito, por el contrario era lo más apropiado para resolver el conflicto dentro del país. Terminó haciéndolo, meses después, forzado y desde el exilio.
¿A quién nombró? Al ministro de Economía, al verdadero arquitecto del crecimiento económico boliviano que lo acompañó desde 2006: Luis Arce, un socialista que suele citar a Marx y a Engels. Pese a que habla como sus aliados de izquierda de Argentina y Venezuela, Arce nunca cometió los errores que llevaron a estos países inflaciones galopantes, depreciaciones de la moneda ni recesiones.
Este hombre tiene galones para ser presidente, es un estudioso persistente y un docente de renombre, con perfeccionamiento internacional en las Ciencias Económicas en la Universidad de Warwick de Inglaterra y una demostrada carrera en la función pública donde comenzó en el Banco Central del país.
El MAS, como partido, posee un gran ascendente en los movimientos campesinos y obreros en Bolivia, y también en los centros urbanos a juzgar por el porcentaje obtenido en las urnas. ¿Por qué atravesar entonces una confrontación tan virulenta y exponer a los miembros más prominentes del partido a ser juzgados, encarcelados u obligados a exiliarse durante el año pasado?
Los partidos políticos, especialmente los latinoamericanos, deben comprender lo saludable de abandonar las viejas prácticas caudillistas que le otorgan todo el poder a un solo hombre, o a una mujer. Las filas partidarias se oxigenan cuando se forman cuadros de excelencia con posibilidades de ascender en la escalera de la política. Las alternancias en el juego de las representaciones políticas públicas conceden esas probabilidades y realimentan a los partidos.
En los últimos meses, durante la campaña electoral, y mientras Evo Morales batallaba en las fronteras argentinas aferrado al alambrado que lo separaba de su nación, Arce centraba su discurso en la reactivación de la economía y la recuperación de los logros sociales en los gobiernos anteriores de Morales. Respaldado por la líder del MAS y ex senadora Adriana Salvatierra, hablaba de generar empleo, de industrializar, de la inversión pública y del crecimiento económico como su principal objetivo, socavado últimamente como en todo el mundo por los efectos de la pandemia del COVID19.
Llamativamente, en el discurso electoral de Arce también quedó plasmada una actitud política respecto del regreso de Evo Morales a su país: el nuevo presidente respetará la independencia de los poderes judiciales que lo investigan por presuntos delitos de sedición y terrorismo durante las protestas callejeras y bloqueos, después de su renuncia. Así lo reflejó Univisión en sus últimas noticias.
La fórmula presidencial actual tiene las características de la anterior pero al revés, el indígena es el vicepresidente David Choquehuanca, ex canciller.
Aun cuando los resultados electorales no han sido confirmados, la actual presidenta en funciones Janine Añez Chávez, reconoció el triunfo de Arce y despejó las dudas sobre la definición electoral.
La incorporación de la cortesía, la sensibilidad y las buenas costumbres al ejercicio del poder forman parte de las características esenciales del nuevo liderazgo del siglo XXI.