“Fuimos escapando desesperados hacia el río. Yo me monto a un caballo y cuando voy llegando escucho a la guardia que me dice: ‘Alto, estás detenido’. Así, apreté más fuerte la cincha del caballo, subí a un cerro más alto y ahí logro ver que había tres efectivos de Gendarmería que golpeaban un bulto negro, con una campera celeste, la misma que yo le había prestado esa mañana. Ahí me lanzo cuesta abajo, cruzo el río y con unos binoculares pude observar que sale una Unimog muy rápido hacia la Ruta 40, estaciona frente a una camioneta blanca de Gendarmería, hacen una pantalla, descienden el mismo bulto que yo vi, que habían estado golpeando, lo introducen en la camioneta y se van rumbo a Esquel.”
El testimonio de Matías Santana, la última persona que vio con vida a Santiago Maldonado, no aporta nuevos elementos a la hipótesis de la desaparición forzada, ya que coincide, palabra por palabra, con el que ya había dado hace veinte días ante la Procuvin, la fiscalía especializada en violencia institucional, cuando esa agencia acudió a Cushamen a recoger las versiones de los testigos que no se sentían con las condiciones de seguridad necesarias para hablar ante el juez. La diferencia es que, esta vez, Santana testificó ante el juez federal Guido Otranto, a cara destapada y con nombre, apellido y DNI. Además, volvió a repetir su versión ante las cámaras, a la salida del juzgado.
El joven mapuche es uno de los cuatro testigos que en los primeros días de esta semana decidieron hablar en los Tribunales para oficializar sus relatos de lo que sucedió el 31 de julio y el 1 de agosto, durante y después del corte de la Ruta 40 que terminó en la desaparición forzada de Maldonado. Según dijeron, lo que cambió para decidirlos a dar ese paso fue que se sintieron respaldados por la multitudinaria marcha que el viernes pasado tuvo epicentro en la Plaza de Mayo y réplica en todas las ciudades del país, reclamándole al Estado que actúe para conocer el paradero del artesano. “El miedo ya se rompió”, dijo Santana. Y fue un punto de quiebre.
Horas más tarde de las declaraciones de estos testigos, hubo, por primera vez, una reunión cumbre en Casa Rosada de la que participaron el presidente Mauricio Macri; la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich; su jefe de Gabinete, Pablo Noceti, que aún debe explicar qué hacía en la zona durante el operativo; el ministro de Justicia, Germán Garavano, y el secretario de Derechos Humanos, Claudio Avruj. Según el parco testimonio en off de uno de los presentes, el clima fue de mucha preocupación por las inesperadas consecuencias del caso. De todas formas, no se tomaron decisiones drásticas: el Gobierno volvió a respaldar a Bullrich y a Noceti, y así, por propiedad transitiva, a Gendarmería.
Sin embargo, en el Gobierno nacional algo cambió. Es materia de especulación si se trató de la marcha del viernes, de los testimonios que se incorporaron en la causa el lunes y el martes, de algunas fisuras en la versión de los gendarmes que amenazan con salir a la luz, del resultado de encuestas y focus groups o de otras pruebas que pueden aparecer en los próximos días. O de una combinación de todos esos factores. Lo cierto es que una parte importante del gabinete teme que la responsabilidad política que hasta ahora se acumuló sobre los hombros de Bullrich haya comenzado a permear hacia arriba. Es decir: al primer piso de la Casa Rosada, donde tienen su despacho Macri y el jefe de Gabinete, Marcos Peña.
Otro sector, que por ahora insiste con que apartar a la ministra implicaría una señal de debilidad y una admisión de culpas, es el que, en estas horas, sigue manteniendo la primacía. Pero ya comenzaron a verse algunas señales de un giro discursivo. El mismo Presidente habló del tema ante los medios dos veces en pocas horas, dando un mensaje neutro, pero un mensaje al fin. Además, Garavano y Avruj, menos desgastados que Bullrich, asumieron la vanguardia ante la opinión pública, relegando a la funcionaria. De todas formas, los dos grupos coinciden en que lo actuado hasta ahora es correcto y que si, eventualmente, ella termina desplazada de su cargo, se irá por la puerta grande y sin castigo.
La causa seguirá avanzando en las próximas horas, y, según aseguran fuentes judiciales, es cuestión de tiempo para que todas las pistas terminen consolidando la única hipótesis que se mantuvo firme desde el primer momento, mientras los servicios de inteligencia y algunos medios instalaban, día sí, día no, otras versiones que naufragaban en cuestión de pocas horas. Para la familia y los organismos de derechos humanos ya está plenamente probado que se trata de una desaparición forzada a manos de Gendarmería. Es cuestión de esperar los resultados de algunos peritajes y exámenes científicos o el testimonio de algún gendarme que decida romper el pacto de silencio para que se sepa, finalmente, la respuesta a la última incógnita: ¿dónde está Santiago Maldonado?