El hijo rubio de Moreno

El hijo rubio de Moreno


Acaso la mejor definición la haya dado su propio antecesor. “La única diferencia es que se va un morocho y entra un rubio”, dijo, jocoso, resentido y algo distendido Guillermo Moreno, a fines del año pasado, cuando su salida del Gobierno nacional era una realidad, tanto como la designación de su sucesor. Augusto Costa tenía por entonces 38 años y un pasado intenso dentro de la gestión kirchnerista. Como Cecilia Nahón, este egresado del Nacional Buenos Aires había logrado un constante ascenso en la administración pública nacional, arrastrado por el crecimiento de su amigo y padrino económico: Axel Kicillof. Hoy, desde la Secretaría de Comercio que conduce, Costa ha logrado un particular mérito, también compartido con otros colegas K. Su exposición pública e influencia en el mundo oficialista se acrecienta mientras las variables que maneja en su área disparan polémicas y cuestionamientos.

Costa encadenó en las últimas horas un puñado de intervenciones que terminan de definir su perfil de funcionario kirchnerista. Sacó un par de comunicados cargados ideológicamente para desmentir algunas noticias negativas sobre su gestión que habían salido en los diarios “opositores”; luego completó su raid en los medios para atacar también a las “corporaciones empresariales”. Los buenos modales y el look canchero que lo diferenciaban de Moreno –además, claro, de su menor edad y formación académica– empiezan a desdibujarse en la ponderación de aquellos empresarios que se habían ilusionado con su desembarco, en aquel ya lejano lunes 2 de diciembre de 2013.

De todos modos, el desencanto por cristalización de Costa habrá que adjudicarlo más a la ingenuidad y el deseo de los hombres de negocios –y de un periodismo también algo iluso– que varias veces intuyeron y hablaron de un cambio de estilo cuando la Presidenta impulsaba justamente lo contrario.

En el caso de Costa, después de un paso por la Agencia Nacional de Inversiones que manejaba la olvidada Beatriz Nofal, su llegada al área de Relaciones Comerciales de la Cancillería, para reemplazar a Nahón, que saltaba a la embajada argentina en los Estados Unidos, había dado muestras de su ADN kicillofista. Desde ese estratégico lugar en el Ministerio de Relaciones Exteriores que el actual jefe de Economía fue copando con gente propia en detrimento del poder del diplomático Héctor Timerman, Costa encaró reiterados encuentros con empresarios. Por entonces ya mostraba su afición por un tema particular, que había estudiado con el propio Kicillof en la universidad, cuando ambos compartían su mirada sobre la realidad económica desde la agrupación Tontos pero No Tanto (TNT): la estructura de las empresas, la formación de precios, los márgenes de rentabilidad. Lo que Moreno atacaba con precariedad verbal y a golpe de insulto telefónico, Costa lo explicaba con tono literario.

Ya por esa época, el actual secretario de Comercio había dado la misma pirueta que su padrino K. Había escondido para siempre las críticas que hacía a la economía kirchnerista desde el centro de estudios Cenda, de corte heterodoxo y que se había animado a cuestionar, entre otras cosas, el dibujo de las cifras del Indec. A menos de un año de su desembarco en esta estratégica secretaría del Ministerio de Economía, si Costa no es más resistido públicamente es simplemente porque ese blanco que durante años ocupó Guillermo Moreno –mientras convivía con ministros de perfil inexistente como Hernán Lorenzino– hoy lo centraliza Kicillof.

Pero los que esperaban algún cambio tras la salida de Moreno hoy se quejan de una realidad que suponen peor: las cuestionadas e informales políticas de Moreno para tratar de controlar la economía ahora empiezan a corporizarse en normas legales, con mayor dureza aún. Uno de los casos más emblemáticos es el proyecto de Ley de Abastecimiento, que logró un inédito rechazo conjunto de las principales entidades empresariales del país, que la presentan como una herramienta peligrosa y discrecional para incidir en el funcionamiento de las compañías. Después de ir al Congreso a defender la norma, Costa también hizo lo propio esta semana en los medios y habló de empresarios que “quieren agitar fantasmas”.

El funcionario venía de una seguidilla de comunicados oficiales para desmentir lo que, con vocabulario adoctrinado, atribuyó a los “medios hegemónicos” y las “corporaciones” que quieren “perjudicar al país”. En una de esas misivas, hizo una enredada explicación para cuestionar una nota que decía lo obvio: que los precios de los alimentos vienen empujando la inflación. El artículo, publicado en un diario de circulación nacional, se había basado en un relevamiento acotado pero de lo más terrenal: se habían recorrido los mismos supermercados y se habían relevado los mismos productos para comparar sus precios luego de un año. Costa intentó una justificación metodológica y teórica, como si los consumidores no hicieran en la mayoría de los casos lo mismo que había hecho el periodista del diario. Fue un domingo, bien entrada la noche, en el que Costa planteaba dudas sobre el precio de un kilo de harina Pureza o Blancaflor. Poco para el “rubio” que algunos suponían llegaría con nuevos métodos.

A los pocos días, Costa sacó otro comunicado para refutar a los medios buitre: aclaró que las exportaciones de leche y carne no estaban cerradas. Pero cayó en una clásica trampa K: en la explicación del tema, y debajo de un título crítico, terminaba reconociendo parte de la información que, se suponía, estaba desconociendo. En este caso, admitía las limitaciones en las ventas al exterior de esos dos productos básicos en la canasta de los argentinos. Seguramente sin quererlo, también contradecía su desmentida anterior sobre la suba de los alimentos. Para justificar los controles a las exportaciones, enumeraba que estos alimentos –carne y leche– habían registrado subas supuestamente injustificadas. Se puede entender cierto nerviosismo en el funcionario sobre el rubro: después de varios meses, su caballito de batalla para controlar la inflación –los Precios Cuidados– exhibe una influencia limitada y se arrastra rengo.

Mientras, Costa lleva sobre sus espaldas otra pata sensible para la economía: los dólares baratos para pagar importaciones. Durante un tiempo inicial, apenas asumido, el secretario calmó a los empresarios tirándole un poco de tierra a su antecesor: las DJAI (declaraciones juradas necesarias para importar) dejarían de salir con el método discrecional de Moreno para derivar en un sistema más justo y ordenado. Nada de eso se cumplió. Hoy las autorizaciones están cuasi paradas y algunos hombres de negocios no tienen empacho en decir que extrañan al exfuncionario que antes defenestraban. Peor fue lo que vino del ámbito internacional: la Organización Mundial de Comercio (OMC) falló contra el país por este cepo a las ventas. No está claro el impacto real de este fallo pero, como el caso de Thomas Griesa y los fondos buitre, seguro no será para bien.

Como hacía Moreno, Costa minimizó la sanción. El morocho hizo escuela.

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