Argentina atraviesa una crisis institucional de gran envergadura originada en la confrontación política entre el Frente de Todos, fuerza asentada en el gobierno nacional, el conglomerado de partidos que conforman el polo de la oposición, y la sociedad activa y reticente al confinamiento obligatorio impuesto por la pandemia, agravado por el virtual toque de queda que impedirá circular en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) entre las 20 horas y las 6 de la mañana siguiente durante veintiún días, en principio.
La mayoría de los argentinos se levantaron el jueves 15 sorprendidos y fastidiados por los anuncios del presidente Alberto Fernández respecto del crecimiento de contagios y muertes por Covid 19 de las últimas semanas. No solo se sorprendieron los ciudadanos de este país que pareciera ir a la deriva, sino especialmente los colaboradores más inmediatos del Jefe de Estado, que desconocían su repentino cambio de posición. En un solo día Fernández desbarató con un golpe de timón las previas declaraciones y medidas sostenidas por dos ministros nacionales, la de Salud Carla Vizzotti, y el de Educación Nicolás Trotta.
Es difícil encontrar en la historia política nacional que un presidente deslegitime el trabajo, los acuerdos y las declaraciones de dos estrechos miembros de su gabinete, con medidas de las que según dijo, “me hago cargo”, como si alguien pudiera dudar de que un primer mandatario siempre es el máximo responsable de lo que decide.
Vizzotti y Trotta volaron por el aire, una diciendo que no habría más medidas que las ya tomadas el viernes anterior a la fecha, y el otro después de acordar con sus pares de las provincias en el Consejo Educativo Nacional que “lo último” que se tocaría por el aumento de los contagios iban a ser las escuelas. Alberto Fernández dijo el miércoles por la noche todo lo contrario.
¿Qué pasó en el medio para que el panorama se endureciera más de la cuenta, y el presidente adoptara una actitud más inclinada a concepciones militares cuando quieren estrechar las libertades civiles o imponer sus pretensiones de disciplina y control sobre la sociedad? Las fuentes más confiables aseguran que quien lo llevó a la dura posición fue el gobernador Axcel Kicillof. Y aquí surge una pregunta cuya respuesta se la llevó, subrepticiamente, la señora vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner a su lugar en el mundo en El Calafate, para no escuchar los gritos del resto de la Nación.
Si el objetivo era mover el avispero, lo logró. Creer que Kicillof tiene tanto poder como para influir u ordenarle al presidente lo que tiene que hacer y decir, marcando una distancia enorme con el pensamiento y la acción de los miembros de su propio gabinete, es una entelequia. Kicillof no tiene tanta sagacidad como para pergeñar semejante plan macabro, y por supuesto su poder no es tan grande como para dar semejante orden. El podercito solamente le alcanza para ser el mensajero que traslada un nuevo aspecto del plan de destrucción total de la Argentina que solo existe en la cabeza de la titular del Senado.
Irritar, hay que irritar a la oposición. ¿Cómo? Haciendo las cosas que irritan a ese sector que cada día se nutre más y se apresta a dar la batalla que le presentan, por primera vez. Le están tomando el tiempo al kirchnerismo, después de tantas zancadillas, y huelen que esa gente nucleada en un aparente Frente de Todos destila terror ante la posibilidad de perder la próxima elección de medio término. Sin 2021 no hay 2023 para cualquiera.
El toque de queda desde las 20 horas hasta las 6 de la mañana del día siguiente a partir del 16 de abril, irrita a cualquier argentino. Lo vivieron en muchas oportunidades y no deja de irritarlos, con la diferencia de que ahora perdieron el miedo y no están dispuestos a bancárselo. Aprendieron.
Cerrar las escuelas irrita a la oposición y también a la gran mayoría de la sociedad porque es consciente de que la clausura de la presencialidad en las aulas destruye el futuro de dos o tres generaciones, elimina las expectativas y los sueños infantiles y adolescentes, y pone de nuevo sobre la mesa la incomodidad dentro de las familias de que uno de los padres deba dejar su trabajo para cuidar a los chicos. ¿Le importa eso al gobierno? Evidentemente, no.
Amagar con el despliegue del ejército en la ciudad de Buenos Aires para controlar la nocturnidad y la circulación, irrita a cualquiera, piense como piense, y crea lo que quiera. ¿Se le puede creer a la ministra Sabina Frederik que los representantes militares patrullando en las calles van a pedirle a la gente que vuelva a su casa porque no se puede caminar de noche por las callecitas de Buenos Aires? Militarizar la urbe porteña y metropolitana es la peor idea que se le puede ocurrir a alguien que tiene miedo de perder las elecciones.
La falta de credibilidad en el gobierno es apabullante en todas las encuestas. La experiencia del año pasado cuando se estableció por Decreto de Necesidad y Urgencia la primera cuarentena de quince días, dejó la noción de que ese plazo es el principio de un nunca acabar por tiempo indeterminado. Por esa razón la oposición reaccionó movilizándose en infinidad de puntos del país. Las medidas presidenciales que encorsetan a la sociedad no encontraron eco en la mayoría de los gobernadores del país.
Fundamentalmente, rebotaron en el gobierno de la ciudad de Buenos Aires. El Jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta admitió que con la actitud de Fernández se había abandonado el diálogo y las posibilidades de consensuar, y que el extremismo de las medidas obligan a judicializar al menos dos de ellas: la escolaridad con presencia en las aulas, y el despliegue de fuerzas militares federales en la ciudad de Buenos Aires para “controlar” la circulación en la nocturnidad. CABA tiene pendiente en la justicia un amparo presentado con contra de la retención de 65 mil millones de pesos por la Coparticipación que le corresponde a CABA, con la que el Frente de Todos inició la guerra política.
Fernández tiene poco plafón después de quebrar los puentes con la oposición, y soporta puertas adentro la presión del sector más kirchnerista que le hace hacer cosas de las que no está convencido, ni admite tener consciencia de las graves consecuencias que podrían acarrear. Además, como si fuera poco, crece a su alrededor la sensación de que como jefe del Grupo Calafate llegado al máximo poder, no ofrece garantías de defender a los propios dentro de su gabinete.
Estuvo a punto de cometer otro grave error: negarle una entrevista a Horacio Rodríguez Larreta para hablar de las inconsultas medidas adoptadas. Se arrepintió a tiempo y la concedió para el día siguiente, demorando a la vez el nuevo DNU que establece el confinamiento agravado por el toque de queda, la militarización urbana y la suspensión de las clases a partir del lunes 19.
Por su parte, Kiciloff dio vuelta su discurso y empezó a acusar a la ciudad de ser el “epicentro de la segunda ola” de los contagios por el coronavirus y mandar a su gente a atenderse en hospitales bonaerenses. Todo el mundo sabe que esas dos cuestiones son exactamente al revés: la provincia de Buenos Aires es la que mayores contagios y muertes registra en la segunda ola, y miles de personas del Conurbano bonaerense vienen a CABA a atenderse en los hospitales públicos de la ciudad.
¡Por sus guarangadas los conoceréis! Por sus agachadas les verás el alma. Por el sometimiento tendrás la certeza de la debilidad del hombre. Esos defectos humanos no alcanzan para encarar la crisis institucional en la que se encuentra el país.