El sueño que mutó en pesadilla

El sueño que mutó en pesadilla


Él lo soñó y fue la peor pesadilla para ella. En 2007, ya consolidado como un presidente poderoso, Néstor Kirchner se imaginó, a él y a su señora esposa, como los líderes de una fuerza que contuviera pero superara al peronismo. Siempre según ese imaginario político, impulsado básicamente como un proyecto de poder para sucederse entre ellos en el cargo, el matrimonio comandaría un espacio de centroizquierda que confrontaría, y tendría razón de ser, con una contrapartida de centroderecha. Ese grupo ya entonces ofrecía como figura principal al ingeniero Mauricio Macri. La elección del líder del Pro como enemigo permite refrescar este veloz antecedente, no es una ocurrencia neocamporista sino que formó parte de un viejo plan, hoy trunco. Muerto el expresidente, su sucesora lo sostuvo. Con un final, claro, indeseado: nunca, ni ella ni su marido, se imaginaron perdedores de esta pelea.

La penosa transición que terminó hace apenas horas, con Macri y Cristina protagonizando una sucesión de bochornos, es un escenario en el que el flamante presidente se siente cómodo. Por una razón sencilla: el líder del Pro aprendió y se acostumbró a ganarle al kirchnerismo. Su figura creció en un sector de la sociedad alimentada por el rechazo, odio en muchos casos, que generó el modelo K. Toda la jornada de la asunción, arrancando por la medianoche del miércoles, con Macri y su esposa saludando sonrientes desde el balcón de su lujoso departamento en Palermo, hasta el final con la gala en el Colón, se montó como la contracara del proyecto que se iba. El discurso de menos de media hora que el nuevo mandatario pronunció en el Congreso también se estructuró con esa lógica. “No habrá jueces macristas”, prometió el Presidente. “Como sí hubo jueces kirchneristas”, completaba el inconsciente. “No habrá tolerancia con la corrupción”, dijo en otro de los tramos más aplaudidos de su alocución. “Como sí la hubo con Cristina y Néstor”, quedó flotando en el aire el final de la frase.

Cristina, tan acostumbrada a construir su carrera a partir de la confrontación (con un empresario, un presidente extranjero, un medio o un político), se topó en el final de su carrera con un problema básico: en el micrófono peleaba ella, pero en el ring tuvo que poner al dirigente que menos deseaba, Daniel Scioli. El frustrado intento de la Cristina eterna, por el golpe massista en la elección de 2013, que frenó cualquier proyecto de reforma constitucional, generó esta situación inédita. No había un Kirchner, en este caso, para pugnar contra ese rival que habían elegido ellos mismos. Tan básico resultó el pensamiento de algunos, que, caída la posibilidad de Cristina, varios empezaron a revolear el nombre de Máximo o de Alicia para la presidencia. Como si Tyson no pudiera pelear y pensara en su hermana o un hijo para una batalla de pesos pesados.

Macri, en cambio, aun cuando su rival electoral fuera Scioli, se siguió sirviendo de ese montaje pensado por otros. Aun mientras hablaba de propuestas de futuro, de evitar la crispación, en el momento más complicado de su camino a la presidencia, en la primera vuelta, el Pro apeló sin sonrojarse al fantasma de la continuidad kirchnerista y pidió un voto útil a su favor. Le resultó. Ya consumado el triunfo, la moda sigue: los cacerolazos, petardos y bocinazos en la madrugada del último jueves se explican más por la banda que se va que por la que llega.

Con este antikirchnerismo a flor de piel, al menos en un amplio sector de la sociedad, Macri cuenta con un mínimo colchón para intentar un primer despegue solamente diferenciándose de la anterior. En cualquier casa, y puede entenderse así a un país entero, el reto, la crispación y la mentira exasperan incluso cuando todos los días haya un plato para comer. Pero la buena onda y la contracara que puede representar el nuevo Gobierno encontrará un límite de tolerancia rápido si no se diferencia también en otros aspectos clave, básicamente los económicos, que también cansaron a buena parte de los argentinos.

En cuanto a Cristina, ya convertida en calabaza y consecuente cuando aseguró el mismo día de la asunción de su sucesor que no había visto nada de los festejos y el protocolo, corre el riesgo de quedar atrapada en su propia trampa. Eligió como enemigo a alguien que ahora es más poderoso y tiene más fuerzas que ella. Su naturaleza, al menos lo visto hasta ahora, le impediría correrse. Solamente una caída de Macri en el comienzo de su gestión podría mantenerla viva políticamente y revivir aquel sueño de Kirchner. Ese que terminó siendo su pesadilla.

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