No del todo, pero es auspicioso que por la fuerza de la realidad haya comenzado a verse la igualdad de género en las listas electorales, porque anteriormente los avances habían llegado sólo por el empuje de las propias mujeres.
Hizo falta desde un principio sancionar leyes para obtener el derecho al voto. Fue un triunfo de Eva Perón lograr la famosa ley 13.010 de Sufragio Femenino, y ver en 1951 a las mujeres votando por vez primera. Cuarenta años después vino la ley 24.012 de 1991 impulsada por la Multipartidaria de Mujeres Políticas a fin de garantizar un piso mínimo del 30 % en los cuerpos colegiados. Porque era casi impenetrable el coto político y sindical masculino adueñado de casi toda la estructura política.
Sin embargo, la vocación por la igualdad de géneros tuvo muchos agujeros por los que se escabullía el tradicional machismo político. El 30 % pensado como piso mínimo se había convertido en techo. Un tercio de representantes mujeres y dos tercios de hombres. Demográficamente las mujeres estábamos notoriamente subrepresentadas.
No habíamos logrado conseguir – aún en recientes elecciones- la igual o similar proporcionalidad de bancas.
Alegrémonos de que esto haya cambiado, y no por presión de un grupo sino por la fuerza del trabajo y eficiencia demostrada por nuestras compañeras militantes en el llano o en la función pública. Y porque el contexto nacional es favorable ya que -al ser conducido el gobierno por una mujer, con clara conciencia de género-amplió las puertas desde la acción, sin apelar a la coerción legal.
Ahora hay que cuidar y fortalecer esta realidad para impedir retrocesos. Y observar atentamente –partido por partido y frente por frente- cómo quedan constituidas las cámaras legislativas, porque ya conocemos la rapidez con que se evapora la igualdad en el calor de la política real.