El tema de los subtes no es un problema de dinero. En la Ciudad de Buenos Aires es cierto que la plata no alcanza para todo, pero sí para casi todo, siempre y cuando no se malgaste o haya fugas de caja non sanctas. Si uno se pone a pensar que un vagón nuevo cuesta algo más de dos millones de dólares o el equivalente en pesos, ocho millones y medio; cien vagones costarían alrededor de 850 millones y se armarían diez formaciones nuevas de diez unidades. A eso hay que sumarle los 360 millones de pesos que debería poner la Ciudad a partir de la firma del acta acuerdo y que se corresponde con la mitad del subsidio anual de 720 millones que recibía la concesionaria Metrovías del Grupo Roggio. Todas ellas, cifras relativamente accesibles para un presupuesto de 35.000 millones anuales que el distrito tendrá en 2012, al margen de la segura ampliación presupuestaria que llegará en el segundo semestre. Todo sin contar el crédito internacional que obtuvo el Gobierno de la Ciudad el año último para este rubro.
SOBRE MAURICIO
Definitivamente no es que Macri pueda tirar manteca al techo ni que el traspaso estuviera presupuestado, pero es innegable que la decisión de devolver los subtes o, mejor dicho, de interrumpir quién sabe por cuánto tiempo el traspaso, tiene que ver con la política en forma exclusiva. Es cierto que el ingeniero estaba harto de que el Gobierno nacional hiciera las cosas a su manera, algo que sentía como si le estuvieran tomando el pelo personalmente. Pero también es cierto que sabía con quién estaba negociando cuando concurrió a la firma del traspaso. Quienes le entregaban los subtes que él mismo había reclamado desde el primer día de su gobierno no eran precisamente sus amigos, sino los mismos que fogonearon sus causas judiciales, su procesamiento, y continúan el intento de demonizar su figura política, algo que, de lograrlo, saca de la cancha a cualquier dirigente.
Macri le quiso poner el freno a la Presidenta, a la que nombró por su cargo en varios discursos, a la que le reclamó reuniones como pares y a la que tildó de “engañadora social”. Con la vieja táctica de que “tu oponente marca tu nivel”, Macri intuyó que el momento difícil por el que atravesaba el Gobierno nacional a partir de la tragedia de Once era ideal para instalar definitivamente al enemigo número uno del modelo. Y lo hizo con la frialdad que lo caracteriza.
Sabe el Jefe de Gobierno que más temprano que tarde los subtes volverán a ser regidos por su mano, ya que no hay manera, con esta realidad política y judicial, de que permanezcan por mucho tiempo en la órbita nacional. Nadie sabe cómo volverán pero sí que eso pasará de una forma u otra. Allí aprovechará Macri para modernizar las flotas, ponerles aire acondicionado, dedicarles el mantenimiento que necesitan; en definitiva: mostrarle al país que es capaz de “hacerse cargo” de las cosas, en contraposición del argumento que usa el kirchnerismo para denostarlo permanentemente. Desde su entorno y en su propia cabeza sabe que un manejo correcto del tema de los subtes en este período será una vidriera inigualable para sustentar su carrera presidencial.
Ahora se le paró de manos a Cristina y luego buscará el efecto “Subtes, yo lo hice”, en contraste con el fracaso nacional en el rubro de transportes.
SOBRE CRISTINA
El Gobierno nacional extraña cada día más a su extinto líder, Néstor Kirchner. Si bien la Presidenta posee convicciones profundas y una oratoria privilegiada, hay un lugar en la política que nunca podrá ocupar: el de su marido, el de los gritos, las órdenes, las líneas de acción que marca la política tradicional del poder para los momentos difíciles. Está claro que el Gobierno nacional no tiene plan B en su política de transportes y que los trenes seguirán en manos de los mismos que los tienen ahora, pase lo que pase con la investigación judicial. Y los colectivos no serán la alternativa, ya que muchos son propiedad de las mismas personas, como el Grupo Plaza, entre otros.
Si no se puede arreglar el problema que generó la tragedia de Once, al menos hay que cumplir con la promesa de justicia y castigo a los culpables. Hay que hacer los gestos que 51 muertos y 700 heridos ameritan. A los hermanos Cirigliano, Néstor ya los habría tirado por la ventana, hablándoles de frente, garantizándoles quién sabe qué acuerdo, poniendo quizás preso a uno y dejando prófugo a otro, no dejando que le impusieran testaferros; se hubiera hecho cargo personalmente de las acciones que el manual del ejercicio del poder impone. Pero Cristina es distinta y hay momentos en que eso se nota. Máximo empuja pero no alcanza y De Vido, que es el único que entiende todo, no puede ser también el jefe.