El temperamento de Daniel Scioli, mezcla de templanza, sumisión y esperanza, ha merecido variadas (des) calificaciones. Un asesor de imagen que trabaja con el gobernador desde hace unos años dice haberlo visto pocas veces tan contrariado como cuando asumió Jorge Capitanich como jefe de ministros de Cristina Kirchner.
Después de bancar estoico una década de maltrato del matrimonio presidencial y su círculo de fanáticos, el exmotanauta creía a fines de 2013 que, así sea por descarte, se encaminaba solito a una irremediable candidatura oficial como continuador del modelo en 2015.
La coronación de su entonces par chaqueño al máximo cargo del Gabinete nacional lo desequilibró. “Yo voy a pregonar con la palabra entre los gobernadores y este va a tener todos los ‘fierros’”, razonó.
No hablaba de pistolas ni metralletas, claro. Los “fierros” que asustaban a Scioli eran los fondos que, suponía, Capitanich dispondría para reafirmar lealtades entre los mandatarios del interior y así sumar a su propio sueño presidencial.
Sin embargo, la dicha parece haber jugado otra vez a favor de este experto en supervivencia política. En un par de meses, Capitanich se ha convertido en el jefe de Gabinete de las malas noticias.
Para las conferencias públicas, con autodesmentidas incluidas, y para las privadas, donde las charlas con los gobernadores son para aleccionarlos más que para servirlos.
La única carta que tuvo hasta ahora el chaqueño para ofrecerles a los mandatarios provinciales fue la refinanciación de sus deudas con la Nación. Pero ni siquiera eso fue considerado una dádiva por los gobernadores.
En sus presupuestos anuales, estos ya daban por descontado que este año tampoco se harían cargo de sus obligaciones con el Tesoro nacional. Y la prórroga, hasta ahora, se concretó a corto plazo –por tres meses– y con un pedido de ajuste encubierto. Capitanich ya avisó que solo se volverán a estirar los plazos de pago si las provincias no aumentan su déficit ni su stock de deuda, un imposible en la situación actual: el fuerte aumento a los salarios de los policías más las paritarias que se avecinan requieren de fondos extra que las provincias no tienen y la Nación insiste en negarles.
La salida de corto plazo puede ser un bumerán: una eventual suba de impuestos provinciales, como sugieren los funcionarios de Cristina, aumentaría el caldo social en un escenario en el que se buscan acotar las subas de sueldo.
Este contexto adverso para Capitanich tampoco le deja el camino despejado a Scioli, pero lo alivia por un rato. El bonaerense logró en los últimos días el apoyo del sanjuanino José Luis Gioja, que vino con valor agregado: en funciones tras el accidente que casi le cuesta la vida, Gioja dejó en claro que “Capitanich no es el representante de los gobernadores”. Luego vendría el mimo más previsible (pero siempre bien recibido) de Martín Insaurralde, el exintendente de Lomas, hoy más preocupado por la mudanza con su novia vedette que por la construcción de una alternativa para 2015.
Scioli también se dio un pequeño baño internacional, con una visita de dos días a Nueva York, donde fue con la excusa de buscar inversiones para su provincia pero se esmeró, sobre todo, en garantizarles a los empresarios estadounidenses que con él sí habrá previsibilidad en el país. A lo Scioli, buscó diferenciarse del proyecto que jura defender. Entre otras cosas, pidió dejar atrás los extremos y propuso evitar el “populismo” y el “liberalismo”. ¿Por qué apartarse de la ambigüedad si hasta ahora tan bien le fue?
De todos modos, más allá de las ideologías, las piedras en el camino de Scioli vuelven a ser económicas. Como un orgullo, los funcionarios bonaerenses juran estar con las cuentas en orden “hasta mediados de año”.
Esta breve independencia de caja, razonan, será el colchón que le permitirá al gobernador seguir haciendo algunos gestos que lo distancien del ultrakirchnerismo. Pero opositores que siguen las cuentas provinciales aseguran que ni siquiera ese puente económico de algunos meses está garantizado. La paritaria docente puede derribarlo.