La campaña bonaerense se embarra sobre el final

La campaña bonaerense se embarra sobre el final


El estruendoso informe del programa de Jorge Lanata en el que se sindica al jefe de Gabinete y precandidato a gobernador, Aníbal Fernández, nada más ni nada menos que como un zar del narcotráfico, terminó de enlodar un cierre de campaña previo a las primarias abiertas del 9 de agosto que ya venía cayendo al barro por las sospechas sobre un posible fraude y la anticipación del Pro en denunciar algo que no ocurrió pero, parece, da por descontado.

Pocas veces en la historia del kirchnerismo hubo dos contendientes internos que se cruzaran con tanta virulencia a través de los medios como Fernández y el tándem rival, Julián Domínguez-Fernando Espinoza. Generalmente, todas las internas del FpV fueron siempre sotto voce, en un partido acostumbrado a no permitirse internas que tuerzan su verticalismo. Pero esta vez, un Aníbal sacado dio a entender ante los medios que su competidor estaba detrás del golpazo mediático que sufrió a través del ariete más poderoso del Grupo Clarín: Canal 13.

Esa noche del domingo, casi dos millones y medio de personas –solamente en el AMBA– vieron un escarnio en vivo al jefe de Gabinete que disparó todo tipo de especulaciones entre los formadores de opinión: que detrás de todo estaba Daniel Scioli para sacarse de encima a un potencial candidato que considera “piantavotos”; que es una venganza de Elisa Carrió (una de las entrevistas fue realizada en su domicilio particular); que el Grupo Clarín intentó beneficiar a Macri en la antesala de las PASO, etcétera.

Lo que es inaudito es que, sin prueba alguna, Fernández acusara a Domínguez de estar detrás del polémico informe (y hasta deslizara una peligrosa frase en la que da a entender que sus competidores del FpV compran “droga a los transas”). El jefe de Gabinete, carcomido por el estrés, pareció olvidar que, antes que candidato, es la persona con mayor poder y responsabilidad institucional después de la Presidenta. Su reacción desmerece el cargo que ejerce.

Pero más allá del escándalo, ha quedado más enardecida que nunca la disputa por la Provincia, que se dirimirá este domingo entre un hombre con todo el poder de fuego mediático y una fórmula desconocida para el promedio del electorado bonaerense pero que cuenta con la fuerza del aparato. El kirchnerismo tiene todas las chances de ganar la gobernación en octubre (al no haber balotaje, con tener un solo voto más con respecto al segundo ya se triunfa) pero, posiblemente, en las PASO deba ceder el trono, debido a su propia división, a María Eugenia Vidal.

Es que la vicejefa porteña es la precandidata de unidad del frente Cambiemos y hasta podría obtener algunos votos más que el propio Macri si quienes opten por Carrió o Ernesto Sanz no cortan boleta. Que Vidal sea la dirigente individual más votada gracias a la división del FpV es una de las mayores expectativas en el comando de campaña del Pro, porque les ayudaría a exhibir que pudieron llegar al podio en la hostil provincia de Buenos Aires.

Allí, el macrismo tiene el mayor de sus temores y dedica el mayor de sus esfuerzos. Algunos distritos, como Moreno y Merlo (que entre los dos suman medio millón de votantes), son considerados una incógnita por la carencia de fiscales y recursos. En el interior cuentan con la ayuda del aparato radical. Pero en el segundo cordón del Conurbano, el Pro apuesta a voluntarios, mesas testigo, la tecnología y algunos pocos aliados dentro del peronismo disidente (como algún trasnochado dirigente matancero cercano al otrora todopoderoso Alberto Pierri). La buena noticia es que la jornada electoral servirá como un megaboceto de la gran contienda del 25 de octubre, para aprender de los errores y buscar paliar las falencias.

Por otra parte, en la Provincia aún está fuerte el massismo, más que en ningún otro distrito, y especialmente en donde el Pro es más débil: el segundo cordón. Hace exactamente dos años, desde esta columna contábamos el triunfo notable de Sergio Massa, que fue de casi cinco por ciento de diferencia con Martín Insaurralde y en octubre se agrandaría a 12 por ciento.

Hoy el panorama es distinto. Sepultado el fantasma de eternidad de Cristina y con una economía en una crisis profunda pero que no termina de detonar, la situación se invirtió y el kirchnerismo, encabezado por Daniel Scioli, se aproxima a sacarle alrededor de 20 puntos de ventaja a un cascoteado Massa, cuyo trimestre negro de abril-mayo-junio (en el que perdió a decenas de dirigentes, entre ellos a ocho intendentes y a su jefe de bloque parlamentario) lo encorsetó a un cómodo tercer lugar.

Igualmente, parece contar con un núcleo duro de bonaerenses fieles y, sobre todo, aparato para fiscalizar en la Primera y Tercera secciones gracias a los sindicalistas aliados (el sanitario Julio Ledesma y el del peaje, Facundo Moyano). Sumado a una carta que surgió sobre el final: Felipe Solá. El exgobernador tiene un nivel de conocimiento casi total, bastante más prestigio que el resto de sus contendientes y un compañero de fórmula –Daniel Arroyo– con discurso social y sólido. El exgobernador que quiere revancha puede ser un factor que le ayude al Frente Renovador a traccionar votos.

Quince millones y medio de bonaerenses participarán de estas primarias, en las que la atención se la roba la puja presidencial. Pero está en juego el futuro de la Provincia: además de gobernador y vice, se renuevan la mitad de su Cámara de Diputados y del Senado y las 135 intendencias (incluidos los concejos deliberantes). Suena a demasiado como para que coincida con la elección nacional. Pero mientras el PJ defina las reglas de juego, estas serán funcionales a la perpetuación, jamás al cambio.

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