Todos los peronismos, cara a cara. La reconfiguración de los escenarios legislativos y sindicales, sumado a los flojos resultados en las elecciones de medio término, obligaron al principal espacio político opositor a reagruparse de cara a los dos años que vienen, con la “reforma permanente” que propone el Gobierno como principal desafío. En ese sentido, esta semana se definieron nuevos contornos hacia el interior de esa fuerza: los acuerdos entre gobernadores, la costosa unidad en el PJ bonaerense, el quiebre gremial entre la cúpula cegetista y el sector rebelde y el reagrupamiento de las fuerzas en ambas cámaras del Congreso dibujan un escenario que no va a resultar sencillo para un oficialismo que estará obligado a negociar a varias bandas para llevar adelante sus planes para este bienio.
Los caciques del interior esperaban que este fuera su turno: en sus planes, una serie de victorias como locales en los comicios que los fortaleciera territorialmente los habilitaría a armar una mesa de negociación ante el Gobierno y sentar condiciones, en una reedición de la Liga de Gobernadores de comienzos de siglo. Los resultados electorales los obligaron a recalcular. Hubo mesa de negociación con el Gobierno, se lijaron algunas aristas puntiagudas de los proyectos oficiales y pudieron, con límites, incidir en el nuevo pacto fiscal. Sin embargo, quedaron en una situación de debilidad política, ya que esos acuerdos no alcanzaron a garantizar el paso de las leyes por el Congreso, supeditado a negociaciones posteriores y el visto bueno de otros sectores.
Algo similar le pasó a la cúpula de la CGT: negoció durante meses con el Gobierno la implementación de acuerdos por sector con la premisa de que no habría una reforma laboral general. Debilitados hacia adentro, un arreglo de esas características les hubiera permitido tomar aire y recuperar legitimidad. El borrador que hizo circular el oficialismo después de las elecciones los dejó doblemente en offside: por su existencia y por su contenido. La negociación posterior permitió mejorar sensiblemente los aspectos más polémicos de la iniciativa, aunque el resultado no conformó a todos los sectores de la central obrera: el miércoles pasado, mientras se trataba la reforma previsional, el moyanismo y la Corriente Federal marcharon al Congreso y dieron bautismo a una nueva escisión cegetista. Igual que sucede con los gobernadores, la reforma laboral tal como la acordaron corre peligro de no ser aprobada en el recinto.
El Congreso, entonces, será el lugar donde se midan las correlaciones de fuerzas en los últimos dos años. Aunque por naturaleza, los bloques son dinámicos y pueden tener cambios en función de otros reacomodamientos o de los temas que se discutan, el 10 de diciembre el kirchnerismo seguirá siendo la segunda fuerza en la Cámara baja. El bloque del FpV-PJ pudo contener por ahora a la mayoría de sus miembros, evitando la fuga masiva que anunciaban desde el oficialismo, y con la conducción del histórico líder parlamentario Agustín Rossi, deberá articular con otros grupos peronistas para enfrentar las iniciativas del oficialismo. El massismo, finalmente, seguirá siendo un bloque consolidado bajo la dirección de Graciela Camaño; los cordobeses tendrán su propio microbloque. Así, el bloque “de los gobernadores” en diputados, que se acoplará sobre la estructura que había armado Diego Bossio, difícilmente llegue a las 30 bancas.
En la Cámara alta, en cambio, es todo aún más incierto: Pichetto busca asegurar una primera minoría dejando fuera a Cristina Fernández de Kirchner, pero todavía no es seguro que le den los números. Hacia adentro del bloque que condujo tantos años existe malestar por la forma en la que negoció directamente con el Gobierno algunas cuestiones, sin consultarlos. Esto ya causó que se quedara por el camino el proyecto de reforma del Ministerio Público Fiscal, y en estos días el rionegrino tiene una prueba difícil con el paso de las reformas por el recinto. El 10 de diciembre, CFK asumirá su banca –ya juró este miércoles, junto a los nuevos senadores– y eso implicará barajar y dar de nuevo. Todavía no se sabe qué cartas tendrá en la mano cada quién. Las especulaciones varían: Pichetto confía en quedarse con más de 25 senadores, dejando de lado al kirchnerismo; la expresidenta apuesta todavía a formar un único bloque que discuta sus diferencias tema por tema. Algunos gobernadores apuestan a salir del laberinto por arriba, conformando su propio espacio, sin Pichetto ni Fernández de Kirchner. Todo se define en estas horas.
La unidad contra reloj del PJ bonaerense, cuya letra chica se seguirá negociando durante todo el verano, ofrece una luz de esperanza para los que apuestan a reunir a todo el espectro peronista en un solo espacio para 2019. Allí están aprendiendo a convivir los intendentes de Unidad Ciudadana con la CGT, massistas de regreso con poskirchneristas, negociadores e intransigentes. Cuando parecía que todo iba a estallar en una interna no deseada por nadie, la sede de Matheu fue testigo de diálogos a último momento que permitieron saldar las diferencias en pos de un proyecto común para 2019. Su éxito o fracaso recién lo conoceremos entonces.