“La decadencia no tiene fondo”, me dijo un día mi amigo y periodista Oscar Raúl Cardoso allá por la década del 90 cuando se veía al mundo convulsionar sin presentir que ese era apenas el comienzo de una debacle planetaria. La vieja frase, ingenua y pueril, sobre la posibilidad de tocar el fondo con el pie para empujarnos hacia arriba, quedó sin sentido.
Oscar tenía razón, y hoy lo vemos a diario, en gestos, decisiones e indecisiones, estupideces por doquier, ventajitas robadas al adversario, ataques incoherentes, maniobras de baja estofa pergeñadas en mentes ladinas, inutilidad al mango para gestionar hasta un velorio; sobresalen en el horizonte de la política donde en otras horas supimos ver algo de inteligencia, audacia y excelencia en la ejecutividad. Hoy todo es un verdadero bardo.
Como argentinos ya nos quedamos sin palabras, con la boca abierta ante tantas imbecilidades cometidas por la desesperación de no poder torcer el rumbo que puede conducir, en algunos casos, al fracaso político, al inevitable juzgamiento judicial en causas comprometidas que no se pueden parar, a ensuciar la política como nunca se vio, y dejar expuesta la impericia y la ineficacia para gobernar. Desde el pasado 10 de diciembre se han visto solo maldades, perversas maniobras de ataque que simbolizan el terror a ser rechazados por la ciudadanía, y un afán sin límites de borrar a cualquiera que se les enfrente en la arena política.
La historia no absuelve a nadie, para que quede claro. Los juicios amañados tampoco, las maniobras diletantes solo producen eso: dilatar en el tiempo las condenas, que llegan de distintas formas y tal vez no por las esperadas. Cuando eso está por ocurrir aparecen signos inevitables de la decadencia: todo empieza a salir mal.
El gobierno de los Fernández, apellido tan común en el país, empezó mal. Quiso renegociar la deuda externa y para lograrlo tuvo que ceder en sus principios, y de eso tuvo la culpa Mauricio Macri, según ellos. El Fernández A. dijo que el dólar estaba bajo antes de las PASO y desde entonces no dejó de crecer hasta límites insostenibles. Quiso ganar el voto de los jubilados y ahora recibe maldiciones de toda la clase pasiva por traicionar la palabra, prometió que la clase trabajadora estaría mucho mejor con el nuevo gobierno disfrazado de cordero y ni siquiera pudo hacer paritarias dignas. Se le puede echar la culpa a la pandemia inesperada, pero solo por algunas cosas.
Al inicio de la cuarentena no parecía pero después de siete meses el país se dio cuenta que todo salió mal durante el ataque del Covid 19, sobre todo por la estrategia no estratégica controlar la epidemia en el territorio pensando solo en la salud. Ni en ese objetivo excluyente se alcanzaron buenos resultados. Cada estadística que celebró el gobierno se le cayó al día siguiente, por querer comparar a la Argentina con otros países desarrollados. Quedamos entre los primeros países con peores resultados. La negociación de la deuda con el FMI no alcanza un acuerdo porque no aparece un plan económico como pide el Fondo. Salió mal la tremenda idea de despedir al mayor astro del fútbol mundial Diego Armando Maradona en la Casa Rosada. El papelón internacional será inigualable. Quisieron echarle culpas a Horacio Rodríguez Larreta por la actuación de la Policía de la Ciudad de Buenos Aires y salió mal: la televisión se encargó de demostrar que fueron barras bravas los que iniciaron el conflicto en la 9 de Julio. Ni siquiera pudieron evitar que otros barrabravas tomaran la Casa Rosada, se adueñaran del Patio de las Palmeras y robaran computadoras, cuadros y celulares de las oficinas. Todo mal. Quisieron voltear la ley del arrepentido y herir de muerte a la causa de los cuadernos. Salió mal. Puede pasar aún que la ley que habilita el aborto se empantane en el Senado de la Nación y la Fernández C. tenga que desempatar con su voto, como otrora le tocó a Julio Cobos con la 125. Es probable que esa odiosa situación obligue a la vicepresidenta a elegir al herido: el feminismo o el Papa Francisco. De cualquier modo, saldrá mal.
La extensión de esta nota no permite seguir con la enumeración, sería un despropósito. Con el detalle anterior alcanza y sobra. La lista de cuestiones que salieron, salen y saldrán mal no terminará hasta que terminen el mandato, y aumentará mientras sigan peleándose dentro de una bolsa como gatos entre el presidente, la vice, su hijito y el que preside la cámara baja. Lo único que hacen juntos para disimular es tomar de “puching ball” al Jefe del gobierno porteño, el que exhibe posibilidades de enfrentarlos electoralmente en 2023. Empiezan a minarlo desde ahora, le sacan la guita de la Coparticipación, lo joden con los Ingresos Brutos, le cortan fondos para la Policía, quieren quedarse otra vez con la Policía, buscan destruir la clase media que vive en la ciudad porque no es precisamente afecta a los ladrones ni a los provocadores de desmanes. Una clase media que cree en el esfuerzo y el trabajo para crecer.
Es indudable que después del esplendor sobreviene la decadencia. El lapso entre uno y otra depende de cuan bien se hayan hecho las cosas, o cuan mal se haya gestionado el tránsito político. Está en los libros de historias, se refleja en los finales de los más grandes imperios, la cultura generalmente es el vehículo más propicio para verificar que se ha llegado al fondo del tacho. La muerte de Maradona puede ser incluso el símbolo de que la etapa de un conjunto de costumbres mal habidas ha llegado a su fin.
Aquello que alguna vez fue espectacular, asombroso y único, se transforma en una larga desolación que perdió el rumbo y no avizora el horizonte para levantar la nariz y ver caer el sol, definitivamente.