Si hay algo que no se puede tolerar en esta profesión es cuando en un esquema de competencia política democrática, en un país que se jacta de ser la cuna y el custodio de la democracia, como los Estados Unidos de América, todos los resortes de poder del statu quo se inclinan por uno de los contendientes y despedazan al otro con una violencia de otro siglo. Ese comportamiento anormal por parte de lo que se denomina el establishment genera al menos un manto de sospecha entre los que observan la maniobra desde afuera, comprobando cómo incluso el tema no reconoce fronteras ni límites de casi ningún tipo. Incluso tampoco de clases, ya que se verifica en esta rareza que toda la cadena, desde los más altos mandos hasta los empleados de la capa media del sistema, ya sea en el campo estatal como en el privado, se expresan en la misma dirección y con la misma vehemencia acerca de los dichos o actitudes del rival de su opción preferida.
Pero eso no se denunció por alguna razón. Casi todos los comunicadores que se sumaron al Operativo Masacre de Donald Trump en la Argentina ya están recalculando el nivel de daño que les ocasionó ese apoyo inmoral, irracional y antiético para su carrera, su credibilidad, su prestigio y tantas otras cuestiones que importan en esta profesión para, entre otras cosas, engordar el fajo de billetes que uno debería genera a través del trabajo. Seguramente, estarán pensando, luego de los títulos catástrofe y de conmoción con la que presentaron al nuevo presidente de la primera potencia mundial, cómo se desanda el camino del agravio extremo, hasta dónde los dueños y los jefes se podrán reacomodar y hasta dónde cada uno quedó pedaleando en el aire. Son opciones de la vida. O se piensa antes o a reclamarle al Santo Padre, que, dicho sea de paso –al igual que nuestra canciller, Susana Malcorra–, quedó patinando en falsa escuadra con el gobierno saliente.
Desde esta sección advertimos hace un mes que era intolerable la miopía con que los medios del mundo occidental (los de aquí también) ponderaba a cada candidato. La bajeza del debate de ambas partes era tomada como buena y no se cuestionaba ni se exigía mayor profundidad. Eso porque desde ese escenario provenían las críticas hacia las expresiones y actitudes chabacanas del rústico millonario, un self-made man que contrastaba (artificialmente) con la brillante intelectualidad retórica de la dama que decidió que Libia no debía ser un Estado más de la Tierra y, con la ayuda de Francia, lo borró del mapa dejando algunas tribus peleándose entre sí por los pedazos de tierra y los restos de alguna riqueza primaria energética.
El histórico y poco cambiante eje del mal, la justificación de todo el desarrollo bélico mundial guionado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA), fue un buen lugar para buscarle amigos a Donald Trump. Como si este fuera un líder yihadista más, el magnate estadounidense se encontró siendo “punto” de Vladimir Putin, que hackeaba a la Fundación Clinton, la cual (al igual que su gestión como secretaria de Estado) nació y creció desde el poder algo floja de papeles.
El propio Barack Obama (primer verdugo de Hillary) fue quien mejor entendió que la brecha ampliada entre ricos y pobres en los últimos años podría llegar a influir negativamente en la candidata demócrata que no aportaba ninguna idea hacia el futuro más y solamente prometía continuidad del desgaste del afroamericano.
Trump, mientras tanto, ya había volteado todos los muñecos bravos del Partido Republicano y estaba dispuesto a terminar su tarea contra Hillary. El partido Demócrata hubiera ganado tranquilo con Bernie Sanders pero no así los sostenes de Hillary y lo que ella garantizaba. Así de clara era la continuidad para el americano medio, incluso el demócrata. Entender que la mayoría de los votantes querían un cambio fue el principal acierto de Trump desde el principio y él, de forma simple, supo instalar su figura como la garantía del mismo. Mientras tanto, su oponente se mostraba con todo el poder político, económico y cultural, confundiendo las prioridades al estilo de la progresía criolla de Charcas y Salguero. Todo fue demasiado cambio para tan poco de Clinton.
Se abre una nueva oportunidad para el mundo que la otra opción no la contenía. Se supone que el nuevo presidente deberá rever su estrategia local e internacional, redistribuir mejor los recursos, planificar estrategias de crecimiento más horizontal, y generar trabajo y PBI para los suyos no a través de la guerra permanente, como hasta ahora, para lo cual deberá, desde su posición de país líder, repactar algunas de las prácticas habituales con otras potencias emergentes en busca de soluciones nuevas a los viejos problemas. Ojalá lo logre por el bien de la Tierra toda.