Estamos a pocos días de las elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO), justamente el primer tramo de una elección nacional que tendrá como principal atractivo el ir observando cómo se perfila el fin de ciclo del extenso gobierno kirchnerista, que nadie soñaba ni remotamente hace doce años y que sin embargo ya lleva diez años de gobierno. Toda una rareza –si es que se puede hablar de ello en política– que debe servir de ejemplo a aquellos que emiten juicios apresurados y premonitorios sobre las características que tendrá el período venidero, en un país donde la realidad política se compone de certezas y sorpresas casi por partes iguales.
El cierre de listas que pasó no es más que una foto cristalizada de un día en el larguísimo tránsito hasta las elecciones de 2015. La película va cambiando día tras día, tapando una foto con la siguiente y así sucesivamente. Es cierto que Cristina Fernández de Kichner, en un escenario ideal para su modelo, podría ser reelecta, aunque es altamente improbable que se den las condiciones para ello. Están incluidas en la evaluación las realidades sociales, económicas y políticas, todas ellas sesgadas por una fuerte impronta numérica. Hay que llegar a determinadas metas que parecerían a priori muy difíciles de cumplir, por lo que, más allá de cómo se desarrollen los acontecimientos y qué características adopten, hay algunas señales claras de que asistiremos a un recambio presidencial dentro de dos años. Lo que llamamos, en esta etapa de la Argentina, “el fin de ciclo”.
Decía un avezado conocedor del sistema político de nuestro país y exfuncionario estelar de un gobierno tan hegemónico como el actual que la manera más nítida y cierta para darse cuenta de cuándo un gobierno deja de ser el eje del funcionamiento de las corporaciones y de la propia gente es analizando su cercanía con el Poder Judicial. “Nacen siameses y son una unidad que se mantiene como tal durante la hegemonía del mismo, para ir desprendiéndose uno del otro cada vez más, hasta que los jueces terminan enjuiciando a los mismos funcionarios que elevaron sus pliegos.” La corporación judicial huele la sangre casi al mismo tiempo que el peronismo y es vanguardia en la instalación del nuevo sistema de gobierno, pero esto se muestra a través de sus fallos y no con palabras, como es lógico en cualquier sistema institucional.
Hay otro dato nuevo que promete desarrollarse a pleno en los próximos comicios. La importancia decisiva de la votación en la provincia de Buenos Aires data en la época moderna de 1988, cuando Carlos Menem buscó como compañero de fórmula al entonces intendente de Lomas de Zamora, Eduardo Duhalde. Era imprescindible para su confrontación interna dentro del justicialismo contra el propio gobernador provincial, Antonio Cafiero, aliado entonces con el cordobés José Manuel de la Sota y con el bloque “renovador” de aquel entonces. Duhalde empezó a caminar las intendencias, hasta llegar a consolidar tiempo después la primera formación de la Liga de Intendentes, que aún conserva sobrevivientes.
Un dato hoy retoma relevancia a partir de la jugada electoral de Sergio Massa y de la respuesta kirchnerista con Martín Insaurralde. Tanto Cristina como el intendente de Tigre entienden que por allí pasa el mantenimiento o el acceso al poder en el próximo turno. La diferencia está en la concepción con que cada uno de ellos encara la campaña. Mientras Massa aspira a una liga que no tiene ideología, que solo habla de gestión para evitar contradicciones, que promete aires de renovación en cuanto a la percepción política de las nuevas demandas sociales de los municipios, los K no tienen margen de promesa, ellos son la continuidad de un sistema caduco –el que inventó Duhalde–, que resistió mientras la billetera nacional puenteaba al gobernador Daniel Scioli, que no cesaba de quejarse por ello. Hoy conviven bajo el mismo techo ante la amenaza de algo peor para ambos.
Y los intendentes esta vez se dividieron. Por eso, por primera vez en muchos años, hay algo grande en juego. Esta vez el premio de octubre puede trascender la hegemonía provincial y ampliarse geográficamente, proyectando al ganador a nivel nacional. Un lugar al que aspiraba el gobernador Scioli, el del “continuismo diferente” sin romper, que quería llegar por un parto natural. Esa idea fue llevada a cabo por Massa, con cesárea prematura y no programada. Las dos criaturas seguirán su vida, nada se acaba acá, pero hubo una idea nueva para conquistar el trono.
Y la idea no fue la de ganar la Provincia sin proyecto. Eso ya pasó con Francisco de Narváez y no tiene sustentabilidad ni proyección, se desvanece. Este no supo cómo aprovechar un voto castigo. Hoy es otro el desafío. Es otro tiempo el del Gobierno, empieza el descuento y se acaba el tiempo para la inscripción.
Massa y Scioli son las dos caras de lo misma moneda. La cercanía entre Cristina y Scioli no dice nada, solo se necesitan. La lejanía de Massa, tampoco, solo que le sopló al otro el lugar políticamente correcto. Ambos son animales mediáticos que se pisaron en la misma estrategia. Nada que determine posiciones finales, la única realidad es que con el gambito, Massa le acortó la brecha, y así estamos.
Los realmente distintos son Mauricio Macri y Hermes Binner, que siguen en carrera, aunque equivocaron la estrategia de 2013. Renacerán solo si las Ligas de Intendentes se destrozan en el choque. En este caso, el país lo sufriría de manera terrible, y eso podría alterar el escenario.
Todo empezará de nuevo el 31 de octubre. Se viene la recta final con muchas curvas de 90 grados. El que se equivoque menos, gana. Puede ser cualquiera.