No decimos nada nuevo si señalamos que actualmente la ciudad ofrece un escenario “partido en dos”: por un lado un norte que crece y se desarrolla, y por otro, un sur olvidado. En efecto, la mayoría de los indicadores vinculados a la realidad socioeconómica de la ciudad confirman esta fragmentación tan notoria.
Tomando como ejemplo el índice de empleo no registrado, podemos ver que es en el sur de la ciudad donde éste se acentúa. Si bien para el conjunto de la Ciudad este índice es del 27,5%, encontramos que los niveles de empleo no registrado aumentan sensiblemente en las Comunas 4 (La Boca, Barracas, Parque Patricios, y Nueva Pompeya), 8 (Villa Soldati, Villa Riachuelo y Villa Lugano) y 9 (Liniers, Mataderos y Parque Avellaneda), con valores del 30,9%, 42,9% y 30,3%, respectivamente.
La otra cara de la moneda se expresa en las Comunas 2 (Recoleta) y en la Comuna 13 (Belgrano), donde el porcentaje de trabajadores en la informalidad es del 20,7% y 24,6% respectivamente, según los datos tomados del informe “El mercado de trabajo en la Ciudad de Buenos Aires”
Asimismo, es en el sur porteño donde se encuentran los trabajadores con ingresos más bajos. Una familia tipo tiene en la Comuna 8 un ingreso promedio de $2.410, mientras que en la Comuna 2 esa cifra asciende a los $5.606.
Podríamos extendernos, seguir aportando datos y cifras, pero en todos los casos verificaríamos lo mismo: el sur de la ciudad es el gran perdedor en materia de desocupación, subocupación, informalidad, acceso a la vivienda, ingresos, etc.
Tampoco es una novedad si advertimos que, dentro de ese sur, encontramos a su vez zonas particularmente perjudicadas por las dinámicas de exclusión. En efecto, las villas de emergencia no han dejado de crecer desde los años ’90 y las condiciones de vida de quienes allí habitan, en lo fundamental, no han mejorado.
Se hace interesante remarcar entonces que a pesar del crecimiento económico a tasas chinas de los últimos años, las condiciones de vida en las villas miseria siguen siendo esencialmente las mismas. A pesar de existir un mayor ingreso económico en cada hogar debido a la AUH, basta recorrer estos barrios para advertir que la salud no llega, la educación pública se ve desdibujada, la urbanización sigue siendo una deuda pendiente directamente afectada por la lógica de punteros, tomas y corrupción, las condiciones sanitarias son pésimas en “Las Salitas” y las enfermedades infectocontagiosas como la tuberculosis encuentran las condiciones óptimas para desarrollarse.
Estas condiciones de vida altamente deficitarias, se ven agravadas por las redes del narcotráfico, las cuales no han detenido su crecimiento dentro de las villas miseria. La combinación de consumo, adicción y venta, han impulsado el crecimiento de un mercado de la droga en las villas cada vez más organizado y sostenido por normas y códigos culturales. El microtráfico o narcomenudeo se ha convertido en un negocio de creciente magnitud que se hace presente en la geografía de la villa, con la figura del “dealer” o “tranza” definitivamente instalada y generalizada en los barrios.
En este contexto, la intensificación de la violencia aparece como un efecto directo del crecimiento del tráfico. Las bandas establecen su territorio y se enfrentan entre sí para controlarlo, proyectando su sombra omnipresente y coercitiva sobre el escenario cotidiano de los vecinos, redefiniendo los márgenes territoriales por donde estas pueden circular seguras. La propia noción de Estado, como agente que monopoliza el uso de la fuerza en un territorio, es puesta en tela de juicio ante estas nuevas situaciones.
Leído en esta clave, la cuestión de “la inseguridad” se redefine por completo, pero también se ven interpeladas ciertos elementos que, durante los últimos años, han pasado a formar parte del imaginario colectivo. Cuando vemos que más de la tercera parte de los homicidios que ocurren en la ciudad se producen en villas, se evidencian claramente los límites y la falta de contenido de ciertos eslóganes proselitistas.
El sur necesita respuestas urgentes. No se puede seguir postergando a la espera de que la mano invisible del mercado o el derrame del crecimiento a tasas chinas lleguen mágicamente. Es hora de dejar de buscar soluciones coyunturales a problemas estructurales y empezar a trabajar para dar soluciones estructurales a los problemas de la Ciudad de Buenos Aires.