Los ingredientes de la corrupción

Los ingredientes de la corrupción


Será recordado, seguramente, con más pena que añoranza, como otro de los íconos de la década ganada. Si el primer Kirchner fue un ejemplo de construcción política y despegue, un típico caudillo provincial que embelezó al gran público con maquillaje transgresor, la última Cristina cerrará el círculo quizás en el punto más bajo del modelo importado de Santa Cruz. Y con un elemento nuevo y central, invisible en aquel desembarco de hace una década: la corrupción.

El recorrido por distintos vectores desembocará en un resultado parecido. El más explícito es la salida de la gestión y el trajinar judicial de Ricardo Jaime, algo así como el María Julia de los Kirchner. Pero hay otras parábolas de personajes de consumo masivo también ligadas a la corrupción: desde el reverdecer político de Elisa Carrió hasta el boom televisivo de Jorge Lanata.

De todos modos, aquí habría novedad a medias. El kirchnerista no será ni el primero ni el último ciclo que en su etapa final deja flotando los desechos. La historia así lo demuestra: por la voracidad de algunos que desesperan en las últimas horas en el poder y dejan sus dedos marcados; por la lupa de la Justicia, que ajusta algo la mira en los gobiernos que se despiden.

Pero el capítulo K de la corrupción no pasará a la eternidad política por el “qué” ni el “cuánto” –al menos hasta que se calcule– sino por el “cómo”. Lo traza muy bien un exfuncionario de Kirchner, que conoció el sistema desde adentro y lo puntea con didacticismo desde afuera.

Hasta la llegada de los Kirchner al poder, sobre todo hasta el desembarco de Cristina, la corrupción se centraba en la conocida metodología del “sopreprecio”. Uno o varios funcionarios que piden un extra para comprar algo particular o que manejan licitaciones a dedo, beneficiando a tal o cual empresa. El soborno viene del lado de enfrente, del privado que se ve beneficiado. Es la corrupción histórica, argenta y de otros países, obviamente, también.

El kirchnerismo, y esto también ha ocurrido en otras tierras, introduce un nuevo ingrediente en la fórmula con la “colonización del Estado”. La política pública, entendida como un mecanismo para el bien de la mayoría, queda en segundo plano y se pasa a la política de grupos, personas o empresas, para beneficiarlos.

El último paso, aún en desarrollo, es con el Estado regulando permanentemente, cambiando las reglas de juego a cada rato. Cuándo se puede vender y cuándo no. Alterando las actividades económicas sin lógica. La excepcionalidad como norma. Cada caso pasa a ser único y la discrecionalidad aumenta la necesidad y la tentación.

El Gobierno tiene el mérito de mantener en movimiento los tres sistemas que favorecen a la corrupción a la vez. Con agravantes. Uno solo de estos mecanismos (el de las licitaciones y los sobreprecios) prevé organismos de control que lo limiten, como la Sindicatura (Sigen) o la Auditoría (AGN). También la Subsecretaría de Reforma Institucional y Fortalecimiento de la Democracia apuntaba a transparentar la gestión. La llegada del camporista Andrés “el Cuervo” Larroque en 2009 terminó de dinamitar cualquier idea de cambio. También la Sigen y la Oficina Anticorrupción, con los años, terminaron siendo más amigos que controladores del Estado.

Para el exfuncionario K, el cambio de modalidad no fue una adaptación nacional del modelo de Santa Cruz, sino una consecuencia de los desacoples económicos. Paradójico: el regulador del antojo, el que propiciaría un ámbito fértil para la corrupción, es hoy uno de los pocos funcionarios K con portación de honestidad: el secretario de Comercio, Guillermo Moreno. En ese mismo mapa imaginario, la contrafigura en el boca a boca es el ministro de Planificación, Julio de Vido.

Imposible saber cuánto del mal olor de la gestión K se encaminará a un proceso judicial más o menos serio. La historia ha sido generosa con los casos de corrupción desde la vuelta de la democracia. Si se ha robado a cuatro manos, las causas que terminaron con condenas en serio pueden contarse con una sola. Lo dicho: el emblema kirchnerista de la coima hoy es el exsecretario de Transporte Ricardo Jaime. Ya fue condenado por un caso menor (robar unas tarjetas que lo comprometían), pero la multiplicidad de causas (más de 20) no le augura el mejor futuro. Dependerá de la voluntad judicial (el procesamiento a Moreno por presionar a consultoras es un antecedente para detenerse) y sobre todo política.

Aun cuando Daniel Scioli o Sergio Massa, quienes hoy se vislumbran como posibles sucesores, parecieran transmitir cierta elasticidad para investigar el pasado, el kirchnerismo podría terminar literalmente preso de su propia naturaleza. Tanto maltrato y egoísmo a la hora de manejar el poder millonario podría estar incubando alguna sed de revancha.

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