El video que circuló esta semana del intento de robo por parte de un motochorro a un turista canadiense en el barrio de La Boca ilustra a la perfección muchas de las contradicciones que paralizan lamentablemente la lucha contra el delito. Tenemos la exhibición pública de un delincuente, capturado por la cámara in fraganti en el desarrollo de una acción criminal, un verdadero documento que prueba animosidad delictiva y que debería ser suficiente como para justificar la detención y conducir el proceso. El ladrón estaba armado e hizo varias amenazas a la víctima. Lo cruzó con una moto mientras éste transitaba en bicicleta por una bicisenda. Cuando el joven, que no comprendía la “solicitud” de su asaltante, se bajó del vehículo el ladrón lo empezó a seguir y lo arrinconó ordenándole nuevamente que le entregara su mochila. No hay que ser un abogado muy brillante para encontrar la figura delictiva en este caso.
La escena tiene algo de tragicómico. El turista, que no habla el idioma, repetía sin cesar “amigo, amigo”, como en un intento de calmar a su agresor, el cual se vio obligado a correrlo, con revólver en la mano y todo.
No obstante todo ello, el delincuente está suelto nuevamente. ¿Qué nos pasa? ¿Nos volvimos ya totalmente incapaces para proveer justicia que los casos más ostentosos quedan así de impunes?
En el Instituto Argentino Excelsior, del barrio de Caballito, los estudiantes sufren cada tres días intentos de robo y hechos de inseguridad. Anteayer trascendió el caso de un pibe que fue también interceptado por un motochorro que lo amenazó con un cuchillo para que le entregara el teléfono celular.
La indignación crece día a día entre los ciudadanos. Esto se dejó ver con mucha claridad con las declaraciones recientes del actor Ivo Cutzarida que generaron la adhesión de mucha gente en las redes sociales. El discurso de la indignación pide nada menos que la aplicación de la ley. Desde ese punto de vista las transgresiones cotidianas a nuestra sensación de seguridad que luego salen impunes están más o menos resguardadas en un mal ejercicio de la justicia.
Hay mucho de cierto en eso, pero también creo que el problema excede la mera aplicación de la ley. Casos como el del video ponen en jaque a los jueces ya que no hay un sistema de leyes que contemple la viabilidad probatoria de documentos como éste, producidos por los propios ciudadanos con las capacidades nuevas que nos da la tecnología. ¿Cómo puede ser que en una Ciudad en la que es muchísima la gente que tiene celulares con cámara, en una ciudad en la que casi todo puede ser grabado y transmitido a las mayorías, no estén mejor aceitados los mecanismos de sanción del delito? La ciudadanía misma es en este momento un potencial dispositivo de vigilancia y control y sin embargo se encuentra más desprotegida que nunca.
La inseguridad va mutando, como también van cambiando nuestras posibilidades materiales de combatirla. Necesitamos leyes que se correspondan con el estado actual de la situación.
Contrariamente a ese deseo, los que se desentienden de la gravedad del asunto proceden por medio de la naturalización de la violencia. Y no creamos que la indignación colectiva es un indicador del fracaso de esta estrategia. Funciona muy bien. Pregúntense si no, honestamente, ¿cuántos de ustedes, luego de ver el video del intento de asalto, creyeron con convicción que el delincuente sería procesado?
Nos estamos acostumbrando a nuestra situación de desamparo y cada vez nos identificamos más con nuestra propia indignación. Buenos Aires es cada vez más una ciudad sitiada por el delito. Se camina por sus calles con miedo al otro, al desconocido. Delincuentes, trapitos, limpiavidrios, son personajes que se han vuelto demasiado cotidianos y producen frustración y enojo en la mayoría de los ciudadanos.
Para ganar la lucha contra el delito hay que empezarla, verdaderamente. Con toda la honestidad que eso requiere, la de admitir que hemos dejado que años de marginalidad, resultado de pésimas administaciones públicas, se llevaran consigo la buena voluntad de muchos ciudadanos. Pero el orden no puede depender de la buena voluntad. Al orden hay que saber armarlo. Principalmente, envistiendo contra el delito en todas sus formas y con todas nuestras herramientas.
Por eso insistimos en la necesidad de que se declare la emergencia en seguridad en la Ciudad de Buenos Aires. Porque no queremos más desentendimiento oportunista de las autoridades. No queremos más discusiones estériles sobre si los medios de comunicación exageran o no exageran las cosas. Hablen con sus vecinos y pregúntenles, cuántas veces los robaron, o los agredieron física o verbalmente en la calle. Ahí están los números que indican cómo estamos perdiendo contra la desidia, la informalidad y la falta de orden. Y estamos perdiendo, sencillamente, porque no estamos luchando en serio.