El maltrato físico contra los adultos mayores siempre está precedido del abuso psicológico, y el germen de estos dos flagelos se encuentra claramente en la situación de poder y dominación que ejercen las personas más próximas de su entorno, cuyas pretensiones ocultas persiguen el despojo financiero o la muerte del mayor.
Los golpes, empujones, pellizcos, quemaduras, se producen después de un período en que el maltrato psicológico estuvo dirigido a debilitar la autoestima del mayor, haciéndolo sentir una carga para la familia, que estorba y obstaculiza el “normal” desenvolvimiento de la vida de los parientes todavía activos en la sociedad.
La violencia física contra un adulto mayor es, generalmente, invisibilizada en un principio por hijos o nietos que aíslan al padre o el abuelo de su núcleo social y de amigos para evitar que trasmita el maltrato que padece.
En la ciudad de Buenos Aires existe un Refugio Anónimo para aquellas personas que, después de padecer esos golpes que dejan fracturas, moretones, magullones y lastimaduras de diversa índole, consiguen vencer el temor y piden a un vecino o amigo que haga la denuncia correspondiente para escapar de esa situación.
Llegar a esa instancia es reconocer que el propio cuerpo no resiste más las agresiones, que hace falta la ayuda externa y si es posible el auxilio institucional y de la justicia, para iniciar un proceso de protección hacia la víctima alejándola convenientemente del núcleo familiar o la persona que ejerce la violencia sobre ella.
La vulnerabilidad de los cuerpos en los adultos mayores se expresa no solo en las enfermedades sino en la lógica falta de energía vital que les impide trasladarse con fluidez, así como también hacer frente a la brutalidad de cualquier agresión física, por leve que sea.
¿Por qué se golpea físicamente a un adulto mayor? Varios estudios revelan que las razones principales de esa violencia física radican en la falta de paciencia para ocuparse del mayor, y el deseo de su pronto deceso para apropiarse de los bienes que le pertenecen aunque éstos sean exiguos.
Muchas veces los hijos del mayor delegan su cuidado a terceros, especializados o no, y en esos casos la violencia se traduce en abandono de la persona, a quien se visita semanalmente “para ver cómo está”, y poco más. O los recluyen en geriátricos inapropiados para desentenderse durante tiempo indeterminado y enterarse telefónicamente de la marcha del deterioro por envejecimiento.
Ni los mejores geriátricos –muy bien pagos- le garantizan al adulto mayor que la última etapa de su vida transcurra en paz y con alegría si su descendencia evita las visitas y sólo recuerda, de tanto en tanto, que ha “depositado” allí a su madre, padre, abuelo o tío.
Hasta en los mejores geriátricos se encuentran personas con escasa compasión para tratar a los viejos como personas que aún forman parte de la sociedad. También trabajan en esos lugares, como lo consignan diversas crónicas periodísticas, seres inescrupulosos que golpean a los mayores y los amenazan para que oculten los rastros de esa violencia.
La violencia física también puede ejercerse por omisión del cuidado, esto es no darles los medicamentos correspondientes, someterlos a una posición física estática que les genera escaras, dejar de bañarlos y limpiarlos diariamente, acudir a la ayuda después de horas de haberla solicitado.
Este conjunto de actitudes humanas contrarias a la vida misma lesionan fuertemente la emocionalidad y la personalidad del adulto mayor, hacen que pierda todo tipo de esperanza sobre un futuro cercano y la posibilidad de cerrar la etapa final con una mínima gratificación afectiva.
Abuso psicológico: es producto de una relación de poder, dominación y dependencia económica; se manifiesta a través de lenguaje agresivo y ofensivo, capaz de causar dolor emocional, estrés, ansiedad, baja autoestima y malestar.
*Secretario de Tercera Edad Ciudad de Buenos Aires