Decidió avanzar. Aun cuando sabe que no tiene las fuerzas aseguradas para despejar el camino de escollos, apeló al manual de los primeros cien días. O más bien lo redujo a los primeros diez. Mauricio Macri se aferró a aquella máxima política que asegura que hay que aprovechar el aluvión de los votos para tomar las principales medidas en el arranque de la gestión. Y este comienzo le sirvió de muestra para lo que será un duro tránsito en la administración. Difícil, con el cuerpo de los anuncios todavía caliente, evaluar si el flamante presidente obtuvo una victoria, un empate o una digna derrota en este inicio. Más bien, el resultado se puede medir en diferentes canchas.
La sucesión de medidas que el líder del Pro decidió tomar en pocos días se potenció con lo que ya se vislumbra como un sello de la gestión: la comunicación constante y sonante desde la Casa Rosada. Las conferencias de prensa que encadenó el nuevo Gobierno nacional (solamente el martes fueron cuatro e involucraron a casi media docena de ministros) convirtieron a la sede de Balcarce 50 en una agencia de noticias. Como mínimo, desde allí se genera información oficial 12 horas por día. La imagen revienta en los medios sobre todo por contraposición: de una administración que hizo del oscurantismo de los datos públicos un sello de vida, se pasó a otra que busca igual de obsesivamente marcar la agenda de la prensa desde el lugar opuesto. Esto último, aunque recién comienza la gestión, se parece más a un país normal.
Aunque está claro que solamente el éxito de la gestión, en particular la social y económica –atada, claro está, a la habilidad política de un gobierno sin mayorías– es lo que marcará el apacible o tortuoso camino de Macri por el poder, el nuevo mandatario parece haber acertado al menos en este punto de querer instaurar un contacto menos cínico con la prensa y, por añadidura, con buena parte de la sociedad. Hay situaciones que lucen excepcionales y muestran hasta donde el kirchnerismo nunca logró dotar al país de aquella normalidad que proponía en su primera campaña: ese martes frenético, el del desalojo violento en la Autopista Riccheri, se había hecho una reunión de gabinete después de más de una década.
Pero más allá de esos gestos formales, Macri hizo gala en sus primeros días de gobierno en esa suerte de “prueba y error” que él mismo se encargó de promocionar como una virtud –si algo está mal él no tiene problema en dar marcha atrás y virar, resume–. En cuestión de días, pasó de prometer que pediría formalmente la cláusula democrática contra Venezuela a llevar su queja por la liberación de los presos políticos a una cuestión verbal; hizo trascender que eximiría de Ganancias el aguinaldo, reculó y luego volvió sobre el origen; prometió liberar el cepo en un día, después pareció volver sobre algún gradualismo y finalmente lo borró de un plumazo¬; nombró por decreto a dos jueces de la Corte con la idea de hacerlos jurar antes de la Navidad y ahora dejó todo para febrero/marzo; intentó algún diálogo y exhortaciones públicas con los piqueteros/trabajadores de Cresta Roja y luego los desalojó como hacía bastante no accionaba la Gendarmería; uno de sus altos funcionarios habló de ampliar en cientos de miles la Asignación por Hijo y todo terminó en un bonus de 400 pesos que suena a algo, pero más bien poco.
En este tránsito inicial, e incluso cuando el Congreso ya entró en receso y la Justicia se prepara para su receso veraniego, el presidente experimentó dosis de las resistencias que soportará en el resto de los poderes del Estado. Desde el Senado, el PJ-kirchnerista le avisó que si hacía jurar a los jueces del Máximo Tribunal en comisión nunca aprobarían los pliegos. Un juez con pasado y presente K también metió la cuña y aceptó un pedido para frenar esos nombramientos. Varios escalones más arriba, el titular de la Corte, Ricardo Lorenzetti, le avisó que sería prudente postergar esos dos nombres que recibieron elogios por sus trayectorias.
El arranque de la gestión también lo pondrá a Macri ante los temidos desbordes sociales del verano. Allí, deberá caminar con pies de plomo si es que decide continuar con su fórmula de prueba y error. Un desborde podría frenar su avance inicial.