El impacto de las detenciones del ex vicepresidente Amado Boudou y del ex ministro de Planificación Julio De Vido, los últimos de una larga cadena de encarcelamientos que comenzó con Ricardo Jaime, José López, Lázaro Báez y sus hijos entre otros, dejó al descubierto que el kirchnerismo post poder licuó sus lealtades.
Las detenciones de los principales hombres del poder kirchnerista conmueven de modo diverso en la sociedad argentina, en la que algunos celebran y hasta manifiestan alegría porque “al fin actuó la Justicia” en causas iniciadas en 2004, 2009 ó en 2012. Celebran los denunciantes de los robos a cara descubierta y con la mayor impunidad de fondos pertenecientes a todos los argentinos.
En otros casos se verifica una mortificación difícil de explicar porque ella no nace del seno kirchnerista sino de un sector de la población en la que impacta el hecho lineal de que un conjunto de funcionarios, mancomunados en el hábito de hacerse del dinero de los otros, hayan pasado de una vida llena de optimismo y de placeres conquistados gracias al poder a un presente de privación de la libertad que promete prolongarse por la cantidad de causas acumulada.
Esa mortificación horada no solamente la carne sino la sensibilidad humana frente a la evidencia de una impunidad pocas veces vista con este grado de crudeza, hiere pues el significado de impunidad es “la imposibilidad de ser castigado”, es decir la creencia de que los actos ilícitos nunca serán sancionados. Esta idea no puede concebirse sin la convicción de que el poder político no tiene fecha de vencimiento. La protección del poder es indispensable para que la impunidad se sostenga. Sin embargo, el poder es finito siempre, aún cuando la omnipotencia lo niegue.
¿Qué impulsa a la impunidad? La codicia, ese deseo vehemente de poseer muchas cosas, especialmente riquezas o bienes, dice el diccionario, pero el texto bíblico esclarece el concepto: “voraces fariseos, no poseen más moral que la de la codicia; las constructoras acechaban con codicia esos terrenos”. Y sí, ya entonces la obra pública se emparentaba con ella.
Todo dinero malhabido se vuelve insuficiente cuando se pierde la libertad, los primeros pensamientos del detenido deben llegar a esa conclusión en los momentos iniciales de la reclusión y cuando el funcionario –despojado de sus mejores ropajes- llega al hospital del Penal de Ezeiza, donde la benevolencia de la justicia les concede una piadosa antesala del calabozo para que vaya acostumbrándose a la nueva vida. Los pobres presos comunes no gozan de ese privilegio, ni de una celda individual donde llorar a solas.
Los escritos judiciales y la alaraca sectorial repiten calcados los argumentos de ausencia del estado de Derecho, de persecución política y la injusticia de ser detenidos sin ser condenados, aunque todos saben –y en especial sus abogados- que las pruebas obtenidas por los delitos son incontrastables y la condena efectiva será solo una cuestión de tiempo. Ponen en tela de juicio la prisión preventiva como si sus casos fueran excepcionales sin exhibir conciencia de que han cometido un zafarrancho con las arcas nacionales para enriquecerse personalmente y no para hacer política, como sostenía el único vivo de esta película de terror que tuvo el tino de retirarse a tiempo de esta vida, antes de que comenzara la etapa menos grata para el sistema de apropiación de fondos del estado con fines non santos.
En el actual escenario de justicia acelerada que transita la Argentina llama poderosamente la atención la ausencia de algunas actitudes, por ejemplo, la lealtad de la manada. En el peronismo original, que no robó, habían dos frases significativa que definían las actitudes militantes: una de ellas, “no hablar mal de los muertos”; la otra, “la lealtad no se cuestiona”. Está claro que se viven otros tiempos y que algunas consignas partidarias han perdido su valor inaugural, pero no las morales.
Tiene razón De Vido: dio lástima ver que en la Cámara de Diputados la bancada kirchnerista no tuviera la valentía de defender, aunque fueran derrotados en el recinto, al ex ministro. Lo abandonaron y no bajaron a la sesión para evitar mostrar la desunión interna. De Vido había sido el número 2 del gobierno, de él dependieron infinidad de acciones políticas que requirieron de recursos económicos.
¿Dónde están los centenares de artistas y actores que durante años fueron cobijados por la magnanimidad de “Planificación” para que pudieran llevar a cabo sus proyectos creativos y su arte? ¿Dónde están sus pares del gobierno, los otros ministros, secretarios y subsecretarios del gobierno kirchnerista? ¿Dónde están los rectores de las universidades receptoras de fondos incalculables? Lo dejaron solo, igual que la ex presidenta Cristina Fernández que se lavó las manos para no ponerlas en el fuego por nadie. Avisó.
A Boudou lo habían abandonado mucho antes. El “lindo”, que con un parpadeo de ojos verdes y una sonrisa seductora consiguió ser el vicepresidente de la nación, cuenta con la amistad de unos pocos, “La mancha de Rolado”, Mariotto y D´Elía, porque habrá que esperar las declaraciones de su ex novia Agustina Kampfer, imputada por el departamento que compró con plata del hermano de Boudou, que tendrá que demostrar.
Ricardo Jaime, José López, Lázaro Báez, el Mono Miniccelli, Roberto Baratta, Víctor Manzanares (el contador personal de la familia Kirchner), no tienen quien los defienda en la cofradía kirchnerista. Ninguna persona sensata dejaría librado a su suerte a su propio contador o a su socio de tantos años.
Los miembros de “La Cámpora” no murmuraron ni una palabra en torno de las “bajas”, con excepción del ex ministro de economía Axel Kicillof, el único que puso la cara hasta ahora, y tal vez Héctor Recalde, a quien ya se le acaban los argumentos de defensa, y hasta la paciencia. Costos de inventario.
El sistema de corrupción establecido por el kirchnerismo tiene una particularidad: involucró a los familiares directos, mujeres, hijos, cuñados, y hasta amigos íntimos personales. Cada funcionario detenido sabe que a los penales de mujeres pueden ir a parar las suyas. Esta es otra modalidad de los tiempos modernos pues en la política tradicional –no por actos corruptos- los que caían presos eran los hombres, y las mujeres los visitaban, ignorantes o resignadas ante los pasos políticos masculinos. Eran las “compañeras de ley, contra viento y marea”. Ahora muchas esposas reportarán como cómplices.
Como se ve, la lealtad escasea y sobra la cobardía. La lealtad es un sentimiento de respeto y fidelidad a los propios principios morales, a los compromisos establecidos y hacia alguien. En épocas feudales obrar con lealtad a sus significaciones abría al rey terrenal el camino del reino eterno. El vínculo feudal consistía en una obligación de lealtad hacia el señor que otorgaba el feudo y que, a su vez, se comprometía a defender a sus enfeudados. Hasta los dictadores cuidaban de “garantizar la lealtad” de sus altos mandos promocionándolos política y económicamente.
La cobardía es un vicio que comúnmente se considera como la degeneración de la prudencia, degeneración que lleva a toda anulación del valor. La cobardía puede considerarse como un exceso de prudencia tal que es incapaz de encarar consecuencias. La cobardía es vista con desprecio en la mayoría de las culturas, mientras que lo contrario, el valor, se recompensa y se anima.
También es muy cierto que no basta con ser valiente para defender los actos corruptos de los otros, sobre todo cuando no se ha beneficiado del ilícito. Otra cosa es la ingenuidad de haber recibido fondos para proyectos personales o asociativos en la creencia de que ellos provenían de una vía legal que, finalmente, resultó ilegal. La pregunta inicial, en el principio de esta historia, debería de haber sido: ¿por qué un proyecto cultural, televisivo o cinematográfico, o de una universidad, reciben fondos de un ministerio de planificación y obras públicas? ¿No es acaso “in de vido”? ¿Esos fondos, no tendrían que provenir de los ministerios de Educación o Cultura? Pasarla por alto, sin medir las consecuencias, ya no es ingenuidad.