Este año de por sí representaba un desafío para el nuevo Gobierno: renegociación de la deuda, un país con mas del 40% de pobreza. Lo que no imaginábamos era tener que enfrentarnos a un enemigo invisible que no sólo afectó a los argentinos, si no a todo el mundo.
Bajo una conducción inteligente y responsable, y observando las consecuencias del virus en el mundo, nuestro país supo reaccionar con premura. Se construyeron hospitales de campañas, se compraron nuevos suministros y se ampliaron las terapias intensivas de los hospitales. Todos los recursos materiales y humanos, que se transformaron en esenciales, trabajaron en defensa de la vida de todos los ciudadanos.
El Covid-19 nos revela a la fragilidad humana y el temor a lo desconocido. Como el Papa Francisco supo decir acertadamente: “La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades”. Las seguridades y proyectos que todos teníamos se desvanecieron y vieron pausadas por algo superador. Sin embargo, el virus no amenaza a todos de la misma manera y expone las desigualdades de nuestra sociedad. Sus principales víctimas son las personas que no cuentan con los recursos necesarios para cumplir con los protocolos de higiene, aquellos que tienen un trabajo informal y no pueden salir a trabajar. Así, se profundizó la crisis económica que venía a cuestas desde hace 4 años, consecuencia de políticas que privilegiaban al sistema financiero por sobre la industria nacional dejando a miles de personas sin trabajo. La pandemia incrementó esta situación y agravó el hambre y la pobreza de nuestro país.
El Papa Francisco apoya la consideración de un salario básico universal para mejorar la interrupción económica mundial causada por el brote de COVID-19 y que afecta principalmente a la clase trabajadora. Lo expreso a traves de una carta en las ultimas festividades de Pascuas dirigida a líderes de movimientos sociales importantes.
En esta misiva el Santo Padre dedicó partes significativas tanto de su discurso de Pascua en el Vaticano como de su carta a los líderes del movimiento social para resaltar la difícil situación de la clase trabajadora en esta crisis, citando a colectivos como los vendedores ambulantes o los pequeños agricultores para destacar que pueden pasar desapercibidos por otras medidas de protección laboral.
“Este puede ser el momento de considerar un salario básico universal que reconozca y dignifique las tareas nobles y esenciales que lleva a cabo”, escribió el Papa en su carta. “Aseguraría y concretamente alcanzaría el ideal, a la vez tan humano y tan cristiano, de que ningún trabajador sin derechos”.
“Pienso en todas las personas, especialmente las mujeres, que multiplican las hogazas de pan en los comedores populares: dos cebollas y un paquete de arroz constituyen un guiso delicioso para cientos de niños. Pienso en los enfermos, pienso en los ancianos. Nunca aparecen en las noticias”, apuntó el Papa Francisco.
En el mundo millones de empleos ya estaban amenazados antes de la pandemia.
El trabajo precario y la reducción de ingresos ya eran una realidad. Este virus repentino aceleró estas tendencias. El mundo ya tiene más de 200 millones de desempleados. Y puede llegar a 500 millones si se incluyen los subempleados. Más de 650 millones de trabajadores viven en condiciones de extrema pobreza, según informa la Organización Internacional del Trabajo. Esta terrible situacion hace que muchas personas acepten en todo el mundo trabajos, humillantes, mal pagos, abusivos y que no cumplen con el objeto fundamental que es dignificar a la persona humana.
Este panorama evidencia la necesidad de un Estado interventor, presente, que acompañe a las necesidades básicas de todos habitantes. Argentina es ejemplo en el mundo en materia de salud como derecho universal. Nuestro país tiene dos políticas consagradas: una histórica, con efectividad absoluta, la Asignación Universal por Hijo que llega a más de 4 millones de niños y garantiza que reciban un plato de comida y educación. La otra es reciente, producto de la pandemia, el Ingreso Familiar de Emergencia que llegó ya a casi 9 millones de beneficiarios.
Ante esta situación, y la realidad de que en Argentina existen más de 4.000 barrios populares, se necesitan cambios profundos. Para ello, la construcción de consensos debe ser nuestro eje y guía para erradicar la pobreza de nuestro país. Debemos potenciar el trabajo, generar consumo, trabajar en conjunto con los planes social para generar una movilidad social ascendente y reactivar la economía. Hay que prestar especial atención a los sectores informales y trabajar en políticas que amplíen los derechos de los mismos.
Muchos países están evaluando la creación de una renta básica universal y es una opción que también deberíamos considerar y debatir en conjunto. Los programas sociales creados hasta el momento siempre tuvieron como fin empujar al beneficiario al trabajo, pero, lamentablemente esto no ha sido así de manera mayoritaria. Las políticas sociales están atravesando un agotamiento que debe ser transformado en el corto plazo.
La propuesta de la Renta Básica Universal está pensada como un derecho universal para la población vulnerable, orientada a la capacitación y trabajo. Debemos salir, poco a poco, del asistencialismo para dar paso a la promoción del empleo. Como bien dijo Juan Domingo Perón, el trabajo dignifica y parte de Gobernar es crear empleo. Para que este beneficio se convierta en derecho, debe garantizar a todos los integrantes de nuestra comunidad un ingreso efectivo mensual que asegure las condiciones mínimas de subsistencia. De esta manera, las personas contarán con mayor libertad para aprender oficios, estudiar o desarrollarse profesionalmente. Para lograr la justicia social que deseamos, debemos derribar a la meritocracia y brindar, por igual, las mismas oportunidades a todos los argentinos. Una persona que no cuenta con el abrigo necesario en invierno, y no tiene un plato de comida todos los días, no puede desenvolverse ni vivir como debería.
Desde un punto de vista económico, la situación que atravesamos será cada día más compleja porque la pandemia incrementó de manera acelerada la pobreza que ya venía atravesando a la Argentina. No podemos ignorarlo. La Renta Básica Universal permitirá garantizar las necesidades mínimas de la persona hasta que se incorpore en el mundo del trabajo formal. Todos los sectores deben estar articulados para que esto pueda lograrse. Será fundamental los centros de capacitación, organizaciones y universidades para poder llevarlo a cabo.
La pobreza y la desigualdad no puede esconderse debajo de la alfombra. Tenemos que brindar igualdad de oportunidades para salir adelante. Unidos.