“… la primer vuelta al mundo fue una hazaña española” (Presidente Mauricio Macri en el VIII Congreso Internacional de la Lengua Española)
“…este territorio de portentos verbales que no cesan de asombrar, un universo de lenguas habladas por caribes, taínos, guajiros, arawakos; y mayas, toltecas, olmecas, pipiles, náhuatles” (Sergio Ramírez en el VIII Congreso Internacional de la Lengua Española).
Las palabras son apenas un cascarón que recubre formas de pensar, de concebir mundos, relaciones entre géneros, actores económicos, poderosos y dominados… Ocultan, son gigantescos cortinados usados para disimular injusticias, despojos, violencias. Constituyen un espacio de conflicto, un territorio de disputas ideológicas. A veces se rajan, traicionan al usuario y, a pesar de él, dejan ver su ignorancia, su racismo, las barbaridades de quien las articula. Un fenómeno de ese tipo sucedió un miércoles 27 de marzo de 2019 en Córdoba, la “docta” ciudad del centro de la República Argentina.
El presidente de ese país, más cercano que nunca al fin del mundo, explicó lo para él terrible que sería si “acá hablásemos argentino, y los peruanos peruano, y los bolivianos boliviano, y necesitáramos traductores para hablar con los uruguayos o los ecuatorianos con los venezolanos…” Tan entusiasta al equivocarse una y otra vez al usar el castellano convertido en “español” por arte de espada, cruz y… lengua, ese señor es el gerente general de un grupo económico desarrollado durante la peor dictadura cívico militar que sufrió el país y creció hasta el infinito en base a negociados, contrabando y espionaje a lo largo de todas las administraciones posteriores hasta que, por fin, logró saltar del comando de sus empresas a la dirección de la Casa Rosada argentina.
No lo sabe, ni se lo apuntan, tampoco les interesa; sin embargo, en Latinoamérica viven 522 pueblos indígenas, poseedores de 99 familias lingüísticas – derivadas de un ancestro común-, que se multiplican en 420 lenguas en uso, 103 de las cuales son transfronterizas, ya que se usan en por lo menos dos países. “NuestrAmérica” -al decir de José Martí al reapropiar el nombre “América” a los anglosajones que se pretenden “americanos”, expulsando del mapa al resto de los habitantes de la región- es “una gran cocina de lenguas”, hervida y sazonada en un caldero de componentes locales, junto a los impuestos por el conquistador europeo y a los aportes africanos traídos por los esclavos, también víctimas de aquellos que “Iban montados en bestias, como demonios del mal / Iban con fuego en las manos y cubiertos de metal”i.
Un día después de ese intento desaparecedor verbal de las esencias de cada quien y de que el heredero de un exterminador de elefantes, o de cualquier animal a tiro, transformase a Jorge Luis Borges en “vuestro José”, de paso apropiándoselo al considerarlo “nuestro también por su universalidad”, un escritor, centroamericano, reacomodó el tablero del octavo congreso dedicado a ese sistema de comunicación que lleva el nombre del “instrumento del habla” que, aunque no parezca y gracias a su musculatura, es el órgano con mayor fortaleza en el ser humano.
Está linda la mar
Sergio Ramírez, autor de “Margarita, está linda la mar”, que le tomó el verso a Rubén Darío para titular esa maravillosa novela, es el nicaragüense que se encargó de darle carnadura y ponerle magia, a veces digna de un tal Gabriel García Márquez, a la jornada dedicada al tema “Lengua e interculturalidad”. El ex vicepresidente de su país, además de su fuerte ejercicio de renegación de su pasada militancia sandinista, no pudo evitar que lo traicionara la ideología eurocéntrica de ese imaginario regional que lleva a deducir que todo lo bueno queda en aquel continente “viejo”, que cualquier imagen de “lo mejor” debe tener connotación extranjera y, al alabar a su Caribe sin igual, lo nombró como “el Mediterráneo de América”. Es la misma tendencia que hace, por ejemplo, que la Cueva de Manos del Río Pinturas, en la provincia argentina de Santa Cruz, para muchos de sus cronistas sea “la Sixtina de la Patagonia”.
Señalado el momento, vale rescatar el sentido del resto de la pieza, apenas comentada en los medios que solo se dedicaron a medir las competencias entre las elegancias de las consortes Letizia Ortiz y Juliana Aguada y los errores de sus respectivos esposos. Ramírez nació en un pueblito llamado Masatepe, una palabra derivada del náhuatl “mazatl-tépec”, voz compuesta a la que se le dan significados como los de “cerro de venados” o “cerro ardiente” y apodos como el de “ciudad de los brujos”. Y náhuatl, el idioma hablado por los mexicas, quiere decir “lengua suave o dulce”. Pobladores originarios del lugar fueron los “dirianes”, es decir los “hombres de las alturas”, coronadas por el volcán Masaya, libres como sus mujeres, hasta que la conquista transformó el lugar en una encomienda de los españoles Miguel, Juan y Elvira López, que la corona, en esto de explotar, respetaba la inclusión de género, además de obligar al tributo de maíz, frijoles, sal, miel de abejas, cera y gallinas.
Raíces como esas, seguramente, engendraron discursos como el que refutó el sentido dependiente de las palabras del presidente argentino. Ramírez describió, en contrario a la palabra aplanadora, un territorio de portentos verbales, “un universo de lenguas habladas por caribes, taínos, guajiros, arawakos; y mayas, toltecas, olmecas, pipiles, náhuatles”. Hasta ahí porque se instaló en su espacio centroamericano; si caminase hacia el sur surgirían las identidades de otros 513 pueblos, y la melodía ancestral latiría en el repique de nombres como Quechua, Aymara, Guaraní, Mapuche, Tehuelche, Mocoví, Toba, Charrúa, Chorote, Pilagá, Selk’Nam, Tupinambaraná, Amanayé, Sateré-Mawé, Tabajara, Tapajós, Nawa, Tapuia, Bará, Kaimbé, Yanomámi, Tukano, Colla, Cabécar, Chorotega, Garífuna, Rapa Nui, Yámana, Ayoreo, Ambatillo, Muniche, Campa, Kachinaua, Quechua, Zibaro, Simirinche, Chontaquiro, Akawayo, Tukano, Inga, Makushi, Warekena… Y todavía quedarían 470 pueblos sin nombrar de ese inmenso conjunto que constituye el 8% de la población latinoamericana (30 millones de indígenas identificados) pero que sube a más del 14% de los pobres y el 17% de los extremadamente pobres de la región, constituyendo el grupo más numeroso entre analfabetos y desempleados.
A diferencia de aquellos que creen que, “afortunadamente”, no se necesitan traductores -porque prefieren lo invisible- las lenguas indígenas mezclan sus aguas con el español y “en medio de la turbulencia de la historia, sangre, violencia, imposición, vasallaje, terminan enriqueciéndolo”. El nicaragüense, con firmeza apacible marcó que “Nunca hubo un pacífico ´intercambio de culturas´, como en aquellas inocentes ilustraciones de los libros escolares, donde el capitán conquistador y el cacique indígena intercambian obsequios, sino desarraigo, anulación y sometimiento”.
Los reflectores ya apuntaban hacia otro lado cuando en el recinto de un teatro cordobés se describía que “El español fue la lengua adelantada del aparato burocrático, militar y religioso de la conquista y de la colonia, de las cédulas reales y de los sermones, de los memoriales y de las crónicas, la lengua de las poblaciones y reducciones aborígenes, de los asentamientos de mulatos, de los peones en los reales de minas, en las haciendas de añil y cacao y en las plantaciones de caña de azúcar, y será la lengua de los criollos y sus proclamas de independencia. Una lengua necesariamente contaminada”.
A nadie se le hubiese ocurrido rematar el listado de azotes lingüísticos recalcando, como hizo Jean Paul Sartre con “Los condenados de la tierra” del argelino Franz Fanon, que “Nuestras víctimas nos conocen por sus heridas y por sus cadenas: eso hace irrefutable su testimonio. Basta que nos muestren lo que hemos hecho de ellas para que reconozcamos lo que hemos hecho de nosotros mismos… Ustedes, tan liberales, tan humanos, que llevan al preciosismo el amor por la cultura, parecen olvidar que tienen colonias y que allí se asesina en su nombre”. Y en su lengua, podría agregarse.
En septiembre de 2007, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó la Declaración sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, que los reconoce como sujetos de derecho, y el 2019 en curso fue declarado el “Año Internacional de las Lenguas Indígenas”.
Sin embargo, ni el VII Congreso (CILE) tomó nota de la importancia de mojones como los citados ni los anfitriones tuvieron interés en generar un espacio integrador. Eso hubiese implicado acompañar a la ONU en su intención de fortalecer las lenguas indígenas como forma de contribuir a la supervivencia de los pueblos que las hablan, considerarlas como recursos importantes para su desarrollo sostenible y al incluirlas –junto a sus hablantes- fortalecer los programas nacionales de alfabetización, reducción de la pobreza y cooperación internacional. Prefirieron festejar la “primer” vuelta al mundo por ser una “hazaña española”, es decir, no solo faltándole el respeto al lenguaje inclusivo, sino también a la coordinación de género que debe haber entre sustantivo y adjetivo, según la Real Academia (RAE) de una lengua cuyo encuentro inauguró quien de ese modo se expresa.
Pie a tierra
El Congreso de tantos contrasentidos que, entre sus muchos expositores tuvo a Mario Vargas Llosa y a Joaquín Sabina quien -sin ser Nobel- creó uno de los mejores momentos de las tres jornadas, constituye un pilar trienal apoyado en la RAE, el Instituto Cervantes y las multinacionales españolas que financian su desarrollo en alguna ciudad de España o de Hispanoamérica (donde habita el 90 % de sus hablantes), como Telefónica, Banco Santander, Repsol, Iberia…, con el estado español a su cabeza y los monarcas como candilejas que iluminan las expectativas de algunos nostálgicos.
Es el show de una lengua que constituye una gran fuente de ganancias, no solo por los ya casi 600 millones de hablantes sino también, muy particularmente, por el crecimiento de la comunidad hispanohablante en EE. UU. y por el desembarco comercial y de desarrollo de obras públicas a cargo de la República Popular China en la región, lo que demanda el aprendizaje del castellano por parte del gigante asiático. Los CILE constituyen un lobby inmenso para la concreción de negocios idiomáticos, que se coronan en propuestas turísticas, apertura de mercados editoriales y en los consabidos certificados de calidad de la enseñanza del lenguaje que usó Miguel de Cervantes para crear las parodias y las sátiras a través de las cuales plantó su crítica social en las narices de la sociedad española del Siglo XVI. En realidad estas “cumbres” comerciales lo son del Castellano, antes que del Español, aunque ya quedó claro que esta empresa “offshore” y sus actores no se detienen en menudencias.
El visionario portugués Fernando de Magallanes, muerto por los dardos defensivos de los originarios de la isla filipina de Matán, que se opusieron al desembarco armado de los españoles liderados por él, y su contramaestre, el vasco Juan Sebastián Elcano que continuó el periplo, completaron la vuelta al mundo en 1522, tres años después de zarpar, al arribar con apenas 18 de los 237 hombres, una sola de las cinco embarcaciones y, al fin, con un cargamento de especias. Jamás hubieran podido imaginar que, cinco siglos después, iban a ser recordados por el gobernante de un territorio al que pertenece el lugar en el que invernaron por espacio de cinco meses, en las costas de la bahía de San Julián.
Ese dirigente -seguramente ignorante de esos hechos-, además de masculinizar la “gran vuelta al mundo”, y marcar que “fue financiada por la Corona española”, aventuró, no sin razón, que “tal vez fue el inicio de lo que hoy conocemos como la globalización”, ese proceso por el cual los poderosos se quedan con los recursos de quienes menos tienen, si es necesarios los hacen invisibles, y hasta intentan borrarles las lenguas.