Síndrome de abstinencia por la dictadura

Síndrome de abstinencia por la dictadura


A juzgar por las últimas expresiones individuales o grupales en las redes sociales, los actos de enfrentamiento durante la marcha por la aparición del joven Santiago Maldonado, y ciertas posiciones de comunicadores y periodistas, daría la impresión de que el síndrome de abstinencia por la dictadura resurgió, reflejando la ansiedad de encontrar un enemigo con quien librar nuevas e inútiles batallas para darle cauce a una ira contenida a través de la violencia.

La marcha del viernes pasado parecía una más de las tantas para canalizar protestas, la multitud se retiró pacíficamente y hasta ese momento no había nada que lamentar. Sin embargo, previo a la concentración en Plaza de Mayo las redes sociales explotaron reclamando por la aparición de Maldonado y acusando al gobierno de ser una dictadura, además de insultar y agraviar al presidente Mauricio Macri. En esa tónica giraban los mensajes de grupos del kirchnerismo y de la izquierda. ¿Anticipaban las revueltas?

En los procesos todo suele estar encadenado. Si bien Maldonado desapareció el 1° de agosto, luego hubo elecciones con resultados poco favorables para sectores de centroizquiera e izquierda, si se tienen en cuenta las expectativas con las que ellos mismos contaban. Los ánimos después del 13 de agosto se caldearon y la prolongación del conflicto por Maldonado se convirtió en una bandera oportuna por la cual “luchar”. Si no era en las urnas, sería en la calle.

Todos los argentinos vieron con sus propios ojos a los grupos desprendidos de la marcha que se quedaron en la plaza luego de la desconcentración para provocar a la guardia policial que les impedía llegar a la Casa Rosada. También vieron como se destruía la fachada del C´riculo de Gendarmería en la ciudad de Buenos Aires y el ataque a la Gnedarmería en El Bolsón. Todos vieron como se agredía de viva voz a gente común que salía de un teatro y nada tenía que ver con la movilización, a los que acusaban de ser los culpables del “hambre del pueblo”.

Todos vieron que el avance policial fue organizado y sin intenciones de herir a los jóvenes que buscaban protagonizar su “revolución”. Y también que la actitud de la policía fue netamente defensiva, usó sus fuerzas para alejar y dispersar a los violentos y, por supuesto, detener a quienes tiraban piedras, arrancaban o quemaban los recipientes de basura. Es claro que las imágenes de violencia remitían automáticamente a la última dictadura militar, inexplicables ahora en un contexto democrático.

Porque hoy, en Argentina, hay un gobierno democrático cuya gestión fue aprobada por mayoría de votos, aunque no sea la mayoría. Es evidente que un sector de la sociedad no quiere al actual gobierno, quieren que desaparezca, que renuncie por temor y se vaya. ¿Quieren que vuelva el kirchnerismo, quieren que haya un gobierno no capitalista, quieren recuperar el poder o no se bancan que un tipo normal, sin ideología definida al estilo del siglo XX, maneje el gobierno?

Más que razones políticas hay caprichos políticos, producto del fanatismo y la añoranza por el poder en el caso del kirchnerismo, que parece dispuesto a empiojarlo todo, generar el caos, batallar sobre la consigna de que existe dictadura para recuperar las adhesiones perdidas. Sin embargo, el efecto es contrario, los argentinos ya saben lo que no quieren y en eso sí son mayoría.

Dilucidar a qué sectores respondían los violentos en Plaza de Mayo será difícil, porque parece una joda que a esta altura de la historia política argentina reaparezca el anarquismo, con perdón de los anarquistas de verdad. Los del viernes no quieren gobierno, no quieren fuerzas de seguridad, no quieren a este presidente, no quieren nada salvo ejercer su violencia, destrozar todo a su paso y hacer lo que se les da la gana. Carecen de ideales.

Reconocer que el gobierno maneja la desaparición de Maldonado con la impericia de un hecho nuevo, es elemental. Admitir que la comunicación frente a este hecho es desastrosa, es casi obvio, salvando las afirmaciones del jefe de gabinete Marcos Peña, más trasparentes que las de la ministra de Seguridad Patricia Bullrich.

La violencia tiene responsables político-partidarios que, en lugar de taparse el rostro, se escudan en el anonimato. Frente a una cámara de televisión condenan la violencia pero ninguno confiesa la autoría intelectual del vandalismo.

El Estado tiene responsabilidades ante un hecho como el de Maldonado, un joven acostumbrado a sumarse a cuanto movimiento sobre causas justas se le presenten, un joven evidentemente idealista que merece reaparecer vivo. Pero el Estado también choca con la ineficiencia de la justicia y con un factor imprevisible: los RAM –grupo de mapuches o no mapuches, no se sabe-, chilenos o argentinos en resistencia, que no permiten el ingreso a sus “tierras sagradas” donde además pretenden crear un estado independiente.

Roca resucitó de repente junto con la campaña del desierto y ahora ya no se discuten los desastres de la década del 70 de los Montoneros devenidos en kirchneristas, sino la historia de hace 140 años por las tierras del sur. Un grupo minúsculo de mapuches extremadamente violentos, como ya se ha visto en Chile, quiere recuperar tierras quemando casas, camiones, colectivos y autos. No quieren que en la amplia zona delimitada por ellos mismos se asienten multinacionales ni mineras extranjeras, ni ingrese la Gendarmería o la Justicia al “territorio sagrado” para investigar rastros de Maldonado. ¿Ese territorio no es argentino?

En la Argentina siempre ocurren estas cosas. Cuando no se pueden resolver los problemas del presente se apela a la memoria más antigua para encontrar  justificaciones al desastre actual. Esto lo hace la izquierda, el centroizquierda, la derecha y el centroderecha.

En ese marco reaparece el síndrome de abstinencia por la dictadura. Tan acendrada está la costumbre de enfrentar siempre a un enemigo que la confusión se vuelve inevitable y desata una violencia irracional. Con el agravante de que esa confusión impide avanzar hacia el desarrollo de una vida mejor, sin violencia.

Mirar el pasado permanentemente sirve si es para aprender a no cometer los mismos errores por enésima vez. La nostalgia por el pasado cristaliza a generaciones enteras.

El síndrome de abstinencia es un signo de debilidad y ansiedad. En los enfermos físicos requiere de la ingesta de la droga en dosis reguladas para no caer en la locura. En un sector del pueblo narcotizado por el odio el afán de confrontar violentamente se extenderá hasta que las continuas dosis de realidad lo vayan devolviendo a la normalidad.

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