Hoy recibí la noticia más increíble, linda, sorprendentemente linda e inenarrable que haya recibido, hasta el día de hoy, en mi vida. Susanti Pancho. Podría recibirme en octubre, debo hacerle un pedido. Básicamente, por ser consecuente con mis ideales. Y por haber escrito con sinceridad ésto.
Voy a escribir la carta. ¿Me atenderá? Yo soy un tipo que no tiene un peso, de todos modos, para ir a Italia. Y que no voy a dejar de ser ateo ni reclamar igualdad ante la ley de los jerarcas de la iglesia.
Simplemente, me sorprendió saber que daba misas Bergoglio en los talleres clandestinos, lo leí en el blog de Gustavo Vera, con quien hablamos un lenguaje común (de izquierda, pelotudos, sí, y ateos, también, pero de una sensibilidad que ojalá existiera en el circo político).
Volví a mi casa, donde estoy ahora -donde escribo, en mi computadora vieja, tengo un celular tan viejo que no lo saco porque me da verguenza, siempre digo que me lo olvidé, además, ni mi número sé-y veo que Mariano contó corprendido lo que sucedió. Es así.
Mierda. Es todo tan difícil y raro.
Yo soy el tipo que está en la siberia del periodismo, ultraninguneado entre los escritores y olvidado entre los mismos peronistas que me admiraban.
Milonga del solitario, tarareaba en el subte. El mismo subte que tomaba Bergoglio mientras yo defendía, sin saber, a una colaboracionista de la dictadura como Cristina, que de pedo si conoce la pobreza “desde arriba del avión”.