El gobierno de Mauricio Macri corre el riesgo de ser recordado como un gobierno de transición. Hasta el momento las evaluaciones indican que se comporta como un gobierno de gestión, cuyo principal atributo debería ser el de optimizar la eficiencia en la administración de los asuntos públicos.
Aunque recién ha cumplido un año y dos meses, a la administración Macri le falta un condimento esencial para ser visualizado como un gobierno distinto de todos los conocidos: la política. Una política propia, diferente si se quiere en sus fundamentos y en sus formas, pero política al fin.
Macri y su equipo, sujetos como se sabe a lineamientos que tienden a orillar las viejas formas de la política, han demostrado en este lapso no sólo escasa experiencia en la articulación de canales de acuerdo y consulta con sectores de la oposición para evitar errores y retrocesos, sino también poco apego al ejercicio del arte de la política.
Soslayar la política en el poder resulta de tanta ingenuidad como pretender que un pueblo sea condescendiente respecto de las marchas y contramarchas de un gobierno por tiempo indeterminado. Una cosa es aprender el poder en los primeros ocho meses de ejercerlo, y otra muy distinta es tomar decisiones sin prever las consecuencias de cada una. Cuando esto último sucede es porque el criterio político y social estuvo ausente.
Un gobierno puede carecer de ideología, pero no de política. Macri está en todo su derecho de conducir los destinos del país porque para eso contó con la aprobación mayoritaria de los argentinos. Es más, puede conducirlo al destino que al él le plazca, o al que él cree que debe llevarlo. Pero debe comunicarlo al pueblo para que éste sepa fehacientemente hacia dónde va.
Muchos seguidores que hasta el momento rumian por lo bajo su disconformidad, esperan enterarse de ello en algún momento, para justificar el aguante. Un aguante que por momentos saca de quicio incluso a dirigentes notorios, cuyos improperios llegan hasta los medios de comunicación.
Hay tiempo para retomar la senda de la política –no la partidaria sino la alta política-, pero es urgente que aparezca un pensamiento presidencial estratégico. Nadie le pedirá que haga magia, solo se ambiciona ver una figura de máximo poder que procure algunas certezas elementales.
Los argentinos, cuando no reclaman con vitalidad manifiesta, observan, analizan, piensan. Miran como se mueve el poder de turno, y juzgan. Acumulan juicios en su garganta. Están acostumbrados a ello. Y esperan, son mucho más pacientes de lo que parecen.
Esos argentinos quieren saber a ciencia cierta cuánto tendrán que pagar por el servicio eléctrico, y como se planificarán los aumentos. Cuánto más tendrán que pagar por el servicio de gas. Pero también quieren saber cuánto tiempo demandará recuperar el autoabastecimiento energético que perdieron con el gobierno anterior.
Esos argentinos quieren saber cuánto más tendrán que pagar por el agua que consumen y si en algún momento el servicio podrá costar menos, no más. Hasta cuándo aumentarán sin control la nafta y el gas mientras en otros países se pagan precios menores.
Los argentinos quieren saber si el gobierno resolverá el problema estructural de los maestros y sus salarios en todo el país, y cuándo será el año en que se sepa que las clases comenzarán sin problemas.
Los argentinos quieren saber cuándo bajarán los precios de artículos de consumo masivo y domestico, porque desde hace décadas siempre subieron y no hubo ni un solo gobierno que los bajara. Ni a punta de pistola.
Los argentinos quieren saber cuándo el salario de un año será igual el año siguiente sin perder la capacidad de compra o gasto. Quieren saber cuándo en la Argentina un boleto de colectivo o subterráneo se mantendrá estable por diez o más años como en otros países del mundo.
Los argentinos quieren saber cuándo y cómo se frenará la inflación, cuándo el país dejará de emitir más de la cuenta, cuándo se promoverán las exportaciones para lograr mayores ingresos de divisas genuinas, cuándo crecerá la producción industrial y qué tipo de industrias se privilegiarán, cuándo terminará la especulación financiera y los bancos dejarán de ser simples “pagofáciles”.
Si como se dice desde el gobierno la Argentina es un país que tiene los impuestos más altos del continente, cuándo será el día en que éstos bajarán. Para todo esto, que aparece como problemas de gestión, hace falta una política estratégica y otras políticas sectoriales consecuentes. Si la cuestión es no repetir nada de lo que ya hizo el peronismo en todas sus versiones, pueden cambiar los nombres pero no se podrán cambiar los mecanismos de acuerdo, diálogo y pacto, porque son inherentes al ser humano en su necesidad de convivencia.
Tal vez, en el fondo, los argentinos anhelen contar otra vez con voces y figuras vibrantes, dueñas de una inteligencia superior como lo fueron Juan Perón y Arturo Frondizi, o tal vez como Raúl Alfonsín, quienes al menos desde sus discursos solían tranquilizar o exaltar los ánimos y azuzar las mentes, estableciendo claramente las metas, orientando el camino aunque no hayan terminado sus mandatos.
Más allá de que esos hombres fueran carismáticos y ese tipo de liderazgo esté en franca decadencia, hoy se espera de las nuevas figuras que ocupen el lugar del poder no lo hagan como uno más, aunque lo sean, sino alguien con talento político capaz de fijar estrategias y planes sectoriales concretos para su país, con un equipo que piense las medidas en términos políticos y se anticipe a las consecuencias críticas.