Al promediar la pandemia que destartaló la Globalización y sacudió la historia mundial, se pueden deducir algunas razones por las cuales un pequeño puñado de países logró superar con éxito el embate del COVID 19, las naciones desarrolladas resultaron ser las grandes perdedoras (salvo Alemania), y los emergentes zafaron por el ingenio y la celeridad en la toma de ciertas decisiones.
Antes de avanzar en esas razones conviene marcar que en la ruleta rusa puesta a girar por el coronavirus, los que quedaron en cuestionamiento de modo imperativo fueron los liderazgos políticos, sus calidades, las prioridades por las que optaron y la importancia que le dieron a la economía más que al salvataje de vidas.
Casi todos los países asociados a la Organización Mundial de la Salud sabían que una pandemia de las características y efectos del COVID 19 iba a desatarse. En la era del conocimiento y de la información, persiste un interrogante: ¿por qué los gobiernos no se dieron por enterados ni tomaron las prevenciones en sus sistemas de salud? Razones: 1) los formuladores de políticas no creyeron en la magnitud del conflicto. 2) los escépticos políticos y de la comunicación pensaron que los científicos exageraban el riesgo anunciado. 3) Los políticos tienden a medir las cosas con los ritmos electorales, es decir a corto plazo. 4) Los humanos somos buenos para premiar el éxito pero no para reconocer un problema evitado. 5) Las “alertas tempranas” se desvanecen porque los registros de riesgos son largos, confusos y nadie los lee. 6) La idea instalada de que “no hay que dar malas noticias”, estimula la desinformación y oculta el conflicto hasta el último momento, impidiendo los preparativos de prevención. 7) El mayor defecto humano es no aprender de experiencias anteriores, ni recordarlas. No son razones sofisticadas sino de sentido común.
La evidencia de la protección exitosa de la vida en lugares tan diversos como Nueva Zelanda , Corea del Sur , Hong Kong , Vietnam y el estado indio de Kerala se basó en la perdurable capacidad estatal de ejercer “comando y control” en la entrega de bienes públicos fundamentales, especialmente en tiempos de crisis.
Esto no ocurrió en los países más ricos y avanzados donde la salud siempre fue cara y discriminativa. La subestimación de los sistemas de salud y, sobre todo, el de prevención, pagó un precio caro durante la pandemia: la cantidad de muertes en Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña, España e Italia es vergonzante. Estados Unidos lidera el ranking de naciones con más de 1.500.000 de contagios y 88.000 víctimas fatales, pero carece de un liderazgo político ponderable cuando se escucha a su presidente aconsejar que se inyecten desinfectante para vencer el virus. ¿Hay un castigo divino para la soberbia política que ignora y denigra a las personas? Sí, pero a costa de la vida de afroamericanos y latinos.
En América Latina el comportamiento de los países fue dispar. La pandemia llegó mucho después de iniciarse en China, en diciembre de 2019. Recién en Abril y Mayo comenzaron a verse sus efectos, después que varios gobiernos tomaran precauciones, declararan cuarentenas rígidas y generaran planes sanitarios en espera del virus. Sin embargo, no todos los hicieron. El resultado en Ecuador por la ineficiencia y la ausencia de estructura se reflejaron en los cadáveres abandonados en las calles. Terrible es el caso de Brasil donde un liderazgo presidencial enloquecido se excedió con creces respecto del desprecio por la vida: el 30% de los fallecidos son personas menores de 60 años. El 10% son chicos.
Justo ahora, a mediados de Mayo, la región se acerca a los 500.000 contagios y a los 30.000 fallecidos por esta enfermedad, según cifras de la OMS. Por esas cifras, en varios países, no se sabe dónde están ni cómo enterrar los muertos. Las fosas comunes reaparecieron para enmarcar el horror. Las incineraciones tienen excedidos sus cumplimientos, no hay despedidas por el aislamiento, los muertos ya no se velan ni los amigos acuden a dar el último adiós.
Los países más impactados por la pandemia siguen siendo Brasil (241,080 casos y 16,118 muertes), Perú (84,485 casos y 2,392 muertes), México (45,032 casos, 4,767 fallecidos), Chile (4,388 casos y 421 muertes) y Ecuador (31,467 casos y 2,594 defunciones), de acuerdo con el reporte de la OMS de este domingo.
Argentina, la tierra del fin del mundo, espera el pico de la pandemia para la segunda quincena de mayo y la primera de junio. Lo más temible, el ingreso del virus a los geriátricos y las villas de emergencia, está ocurriendo. El consenso político y científico en torno de los pasos a seguir dio un buen resultado. La Cuarentena definida tempranamente demoró bastante el ingreso a la curva de propagación y hay hasta hoy (18-5-20) 374 muertos, una tasa de letalidad del 4,6.
En el mundo la cifra de muertes supera las 315.000 personas y los contagiados ya son más de 4.700.000.
Sin duda el COVID-19 llegó para recordarle a la humanidad los peligros que implican los riesgos sistémicos globales en una civilización cada vez más globalizada. El Ecosistema planetario es enorme, complejo y tiene un comportamiento biológico, orgánico. Pareciera que hemos entrado en la etapa en que ya no se puede negar la contradicción existente entre ese ecosistema y el tipo de organización política vigente, asentada en un sistema fragmentado de estados soberanos.
La pandemia, y todas las crisis que generen los riesgos en el siglo XXI, requerirán a partir de ahora de respuestas integrales, mancomunadas, adoptadas por consenso entre todos los gobiernos del mundo. Lo vimos con nuestros propios ojos: lo que ocurrió en un mercado (o un laboratorio) de China afectó a todo el planeta.
Nunca más cierto aquello que se repite hace varias décadas: “el aleteo de una mariposa en China puede provocar un huracán en el otro extremo del mundo”.