Cuando definimos democracia solemos referirnos a la importancia que tienen las elecciones y a que dichas elecciones sean libres, abiertas y competitivas. Aunque también podríamos agregar que si deseamos tener una democracia saludable las elecciones también deben ser limpias. Es decir, elecciones donde las reglas se cumplan y donde la confrontación política típica de un acto eleccionario se haga sin perder el respeto por quien piensa diferente y sin generar daños innecesarios al patrimonio público y a la armonía ciudadana.
Durante muchos años trabajé en la Sociedad Civil a favor del fortalecimiento de la democracia. En mi etapa anterior a mi ingreso a la Legislatura impulsé un conjunto de acciones y programas tendientes a fortalecer nuestra ciudadanía democrática a través de la capacitación electoral y la revalorización de la participación. Creo fervientemente que la democracia es una construcción diaria que debe hacerse desde la ciudadanía. Y donde el respeto por las diferencias debe ser un pilar insustituible.
Por estos motivos me he llevado desagradables sorpresas con varios episodios que han tenido lugar durante la presente campaña. Hemos visto la rotura de carteles de nuestro candidato en la Pampa, Carlos Mac Allister, pegatinas del Frente para la Victoria en las flamantes obras del Metrobús, y hasta pintadas políticas sobre murales que homenajean a figuras valiosas de nuestra cultura.
Pero sin dudas todos estos actos típicos de campaña sucia parecen faltas menores frente a lo realizado por la presidenta Cristina Kirchner, quien no ha hecho más que mostrar un importante desprecio hacia la ley de reforma política que ella misma impulsara en su momento. Día tras día, desde el inicio de la veda electoral para la publicidad de actos de gobierno, la presidenta ha encabezado presentaciones como las que prohíbe la ley buscando precisamente mejorar el posicionamiento de su candidato en Provincia de Buenos Aires, Martín Insaurralde. Sin ningún disimulo, lo ha hecho participar de anuncios oficiales, inauguraciones e incluso de una invitación a la que se la había participado en su calidad de Jefa de Estado para tener un breve encuentro con el papa.
Esta es una fiel muestra de lo que representa una campaña sin códigos, sin apego por la ley. Este tipo de campaña denota un profundo desprecio por el verdadero espíritu de la democracia, aquel que nos invita a resolver nuestras diferencias a través del poder de nuestros argumentos y acciones sin echar mano a trampas, avivadas y/o directamente prácticas ilegales.
Por último, resta decir que la democracia Argentina ha crecido en estos 30 años desde su regreso. Hoy es más madura y se consolida con cada elección popular. Por eso creo que, pese a estas ilegalidades perpetradas desde el Estado, podemos confiar en que finalmente la democracia y la república van a triunfar.